Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Palabras por Gustavo Iruegas
P

articipé, este martes, en un homenaje organizado por el Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Recojo lo esencial de lo allí dicho:

El recuerdo de Gustavo Iruegas, a 223 días contados de su deceso, sigue dominado por la amargura de una ausencia a la que es difícil habituarse. Por ejemplo, hace unas semanas inicié la organización, para el Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, de un debate sobre la actuación temprana del gobierno estadunidense. Entre otros temas, se discutirá la expectativa abierta por Obama –semejante a las levantadas por Roosevelt, Kennedy y Clinton– respecto de la relación de Estados Unidos con América Latina. De manera casi refleja, pensé en el embajador Iruegas como el expositor ideal para abordar tal asunto y tuve ocasión de dolerme, una vez más, de que no esté más entre nosotros.

Este sentimiento se atempera al recordar que varios de los trabajos de Iruegas contienen claves útiles para mejor comprender la coyuntura que va a discutirse este sábado en Tepoztlán. Como él hizo al analizar otros momentos de la casi siempre conflictiva relación continental, deben usarse las herramientas de la recopilación exhaustiva de información, del análisis objetivo de la misma, de las lecciones desprendidas de la historia, de los paradigmas y objetivos de los varios actores implicados. Debe desembocarse, como él siempre lo hizo, en el planteamiento de las cuestiones pertinentes y en la convicción de que para ninguna de ellas hay respuestas únicas o definitivas. Así, la ausencia física de Iruegas se atempera por la presencia y actualidad de su legado académico, intelectual, político y, sobre todo, ético. Ético, subrayo, en medio del ambiente siniestro al que ha llevado a la nación un gobierno ilegítimo de origen y de actuación reiteradamente fallida.

En la última etapa de su vida, como todos sabemos, Gustavo Iruegas se entregó a una lucha de largo aliento contra la ilegitimidad gubernamental y la ineficacia de la acción pública y, sobre todo, la construcción de un proyecto alternativo. Lo movía una convicción que muchos compartimos, aunque sean pocos quienes se identifican y comprometen con ella en la medida en que él lo hizo: la convicción de que, en esta hora, el combate a la desigualdad y la atención prioritaria a los pobres marca el camino hacia el bien de México.

Coincidimos también en la noción de que el internacional es un ámbito esencial para la acción de la República y en que, cuando se cierran los espacios de la administración pública, en los que se habían desarrollado nuestras respectivas trayectorias profesionales, había que trasladar la actividad a otros: en especial, el político y el académico.

Tuve el privilegio de contar con la destacada colaboración de Gustavo Iruegas en un proyecto académico que materializó entre mediados de 2005 y principios de 2006 la elaboración de una serie de ensayos que revelaran los rumbos equívocos por los que se hizo transitar a la política exterior y a la acción internacional de México casi desde principios del siglo, cuando ambos aún éramos funcionarios del Servicio Exterior Mexicano, y que marcaran los derroteros para la reconstrucción de esa política exterior, por décadas paradigmática y ahora extraviada. Iruegas asumió con interés y entusiasmo la elaboración del ensayo de más amplio alcance de los ocho que contiene el libro, publicado por la UNAM en abril de 2006. Eligió con esmero el título de su ensayo: Hurtar el rumbo a la política exterior de México. La inusual expresión proviene –explicó a los lectores– del lenguaje de la gente de mar: hurtar el rumbo es cambiar derrotero durante la noche con el propósito de despistar a alguien. Así se explica –concluyó– que la orientación general de la política exterior en el sexenio de Fox haya sido la misma que la que pusieron en práctica las administraciones tecnocráticas: integración a Estados Unidos y abandono de América Latina y el tercer mundo; incorporación de los valores de Occidente a la política exterior con el propósito de imponerlos a otros pueblos y gobiernos del mundo para respaldar la aspiración de ingresar al primer mundo por invitación. La diferencia fundamental con los gobiernos tecnocráticos está en que el [llamado] gobierno del cambio fue operado por diletantes y su política exterior fue conducida entre atropellos y desatinos.

Tres años después de escritas estas líneas, es claro que la República sigue en manos de diletantes, que ya llevan declaradas varias guerras y están en trance de perderlas todas, y que la acción internacional de la administración sigue plagada, incluso al más alto nivel, de despropósitos, como el de autoproclamarse defensor de la humanidad, y atropellos, como mofarse de la pobreza de un país latinoamericano al proclamar en tono zumbón que allí la gente se muere de hambre, o declarar que la suspensión temporal de vuelos comerciales por razones sanitarias impedía cumplir el compromiso de realizar una visita de Estado.

Cuando se advierten estas y otras sinrazones se aprecia realmente la magnitud del hueco dejado por la desaparición de ciudadanos del calibre del embajador Gustavo Iruegas.