ientras el gobierno y Calderón recorren el país con el traidor
o la traición
en la boca, derruyendo a su paso el pacto federal que quedaba, los embates de la crisis global avasallan contingentes y regiones enteras. No es la seguridad o la criminalidad organizada la que ha puesto contra la pared de la penuria a la mayoría de la población nacional, sino una economía exánime que carece de los mecanismos más elementales para reaccionar, evitar que el daño productivo sea cada vez mayor y proteger en la medida de lo posible a los más débiles y vulnerables de la sociedad. Ahí anida el huevo de la serpiente que luego se despliega en la opción de muchos jóvenes por la huída territorial a través de la emigración, o por la fuga moral que se plasma en su incorporación a las filas de la rebelión delincuencial, que en efecto no deja intacta parte alguna de la geografía mexicana.
Las magnitudes del desempleo se han vuelto sobrecogedoras. Las cifras anualizadas de los asegurados permanentes del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) son más que elocuentes: entre mayo de 2008 y mayo de 2009 se perdieron 476 mil 780 empleos permanentes, tocando a la manufactura el peor de los descensos. Se calcula que de esos 476 mil empleos perdidos, correspondieron a la industria de transformación casi 405 mil, 85 por ciento del total (estimaciones del licenciado Héctor Ramírez Razo).
Si se observa lo ocurrido entre octubre pasado y mayo de este año, el panorama se vuelve desolador: en aquel mes, los asegurados permanentes del IMSS llegaron a 12 millones 824 mil 700; este mayo, el registro era de sólo 12 millones 305 mil 737 asegurados, es decir, casi 519 mil empleos menos.
La investigadora Norma Samaniego ha advertido, a partir de estos y otros hallazgos, sobre la nueva
calidad de este desempleo abierto o formal: afecta a las principales ciudades del norte y la frontera; ataca todas las categorías laborales, pero parece tener predilección por las ocupaciones con más altos grados de escolaridad; arremete contra trabajadores con experiencia laboral considerable, pero ahora deja fuera a los jóvenes que ingresan por primera vez al mercado de trabajo.
La economía anda desnuda y su emperador también. La política económica ha enmudecido y los programas contracíclicos andan de parranda o de plano se dieron a la fuga en compañía de El Chapo. Por su parte, en el Congreso de la Unión los senadores que se quedan y los diputados que se van, pero que todavía forman parte del Congreso gracias a la Comisión Permanente o las comisiones de trabajo sobrevivientes, parecen decididos a hacerla de coro griego y de plañideras a los terroríficos descubrimientos de Hacienda, que no encontró mejor idea para seguir en el ágora de la decadencia nacional que anunciar un recorte fiscal sobre la marcha e instruir a las entidades del sector público para que calculen su presupuesto para 2009 con reducciones considerables.
México se acerca a horas de angustia, sometido a una campaña de confusión y pánico inaudita. Las otras campañas, las de los partidos y las de los antipolíticos recién nacidos, no pueden contrarrestar tendencias y perspectivas como las que se imponen sobre el conjunto de la sociedad a través de la destrucción del empleo y de la planta productiva. Es en este núcleo donde se gesta la corrosión de la República, porque ahí se juntan la erosión de nuestra base material y la de nuestra temblorosa plataforma axiológica, horadada por una mayúscula crisis ideológica que el neoliberalismo no subsanó, tal vez ni siquiera se molestó en registrar. Si se trata de ser valientes, hagámoslo afrontando lo que más duele, acosa, avergüenza: el debilitamiento hasta festivo de los cimientos materiales e intelectuales de una convivencia civilizada que para serlo debe ser para todos.
Hoy, la ecuación está de cabeza: para pocos, muy pocos, algo, hasta mucho; para los muchos, cada vez menos y cada vez más malo, como en el empleo, la salud, el acceso a la educación superior.