Vía Internet, se pudo gozar a la Filarmónica de Berlín, con Pierre Boulez en la batuta
Más tarde, la versión resumida de la tetralogía de Wagner marcó el retorno de Enrique Diemecke
Finalmente, el conjunto de la UNAM interpretó el Stabat Mater, de Dvorak
Lunes 8 de junio de 2009, p. a10
La jornada del sábado fue venturosa para los melómanos: seis horas de música sinfónica con tres conciertos de primer nivel: la Filarmónica de Berlín, dirigida por Pierre Boulez, en vivo, vía Internet; la Filarmónica de la Ciudad de México, con la tetralogía de Wagner, y la Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con una partitura más allá de la belleza, el Stabat Mater de Dvorak.
A la una de la tarde, miles de melómanos nos enlazamos a través de la magia cibernética y compartimos con los berlineses las butacas de la mejor sala de conciertos del planeta, para escuchar a la que es, sin duda alguna, la mejor orquesta del mundo: la Filarmónica de Berlín, con un programa integrado en su totalidad por obras del siglo XX, dirigido por una leyenda viva, el maestro Pierre Boulez.
Paisajes de Berlín, sala afuera, y ese tremor molecular, sala adentro, en los momentos previos al concierto, cuando una mágica corriente eléctrica nos recorre a todos en cuanto los instrumentos dejan de afinar y aparece el director y se produce un silencio premonitorio de grandes maravillas.
Despegue del alma
Con la magia digital de un sonido que rebasa lo perfecto y nos hace sentir en plena sala, cuando en realidad estamos frente al teclado y la pantalla de la computadora, la calidad de alta definición de las cámaras ocultas que reproducen detalles que estando presentes en la sala no podríamos percibir, la batuta de marfil que ilumina con su luz blanca el centro del proscenio, hace sonar una obra plena de encanto, magia, misterio y belleza de insondable plenitud.
La Música para cuerdas, percusión y celesta, de Béla Bartók, se expande por la web e ilumina los hogares de recónditos lugares del planeta. Ignición, despegue, vuela el alma. Cruzamos el umbral de lo sagrado en cuanto la música del húngaro reproduce esa sensación de plenitud que dura, y que una sensibilidad y capacidad de asombro y percepción que puso en vida Stanley Kubrick en su filme El Resplandor, suena en plena sala y se expande como el universo frente a nuestros ojos, entra a los oídos y cambia todo para bien.
Entre movimiento y movimiento, el refinado público de Berlín tose, actitud esnob que en la ciudad de México desapareció en semanas anteriores, cuando el terror al virus de la contingencia hizo de la tos lo prohibido, como las corbatas, y todo se volvió cubrebocas y miedo, mucho miedo.
Luego de Bartók vino Ravel, el Concierto para la mano izquierda, con otra leyenda: Pierre-Laurent Aimard, quien puso en vida, con la orquesta, una música sensual, la que solamente el autor de Daphnis et Chloe pudo formular en solfas. Debido al éxito obtenido, el solista francés anuncia, en alemán, el encore: una de las Notations de Pierre Boulez que, explica en alemán el francés, escucharemos en seguida con orquesta dirigida nada menos que por el mismísimo autor.
En el intermedio se suceden dos asombros: una entrevista espléndida por la calidad de las preguntas y, por supuesto, las respuestas, con Boulez y Aimard, una disquisición teórica y práctica de la magia de las partituras que integran el concierto, y al final ambos entrevistados denotan la importancia de estas transmisiones vía Internet: aumentan el placer de compartir, que en eso consiste la música, y cambian para bien la vida de las personas en el planeta entero.
El segundo asombro consiste en el trajín de los ujieres, cuando en lugar de hacer rodar el piano fuera del proscenio, activan un artefacto de control remoto y el piano desaparece suelo abajo frente a nuestros ojos, mediante un juego de rampas hidráulicas, y al final el público aplaude tal prodigio de magia tecnológica.
La segunda parte del programa consiste en dos versiones para orquesta de las fabulosas Notations de Pierre Boulez, él mismo a la batuta y al final la apoteosis obliga al compositor a regresar para recibir ovaciones insólitas cuando el escenario está vacío, sólo para él y su gloria, aunque no logró superar ni en minutos ni en intensidad a las aclamaciones que hace algunas semanas recibió el joven venezolano Gustavo Dudamel, cuando dirigió a esta misma orquesta, en este mismo sitio.
Horas después, a las seis de la tarde, el melómano mexicano pudo presenciar el retorno del director de orquesta Enrique Diemecke con un programa que nadie podía perderse: la tetralogía de Wagner, resumida en 55 minutos, por Lorin Mazel; pero antes sonó el encanto de una fanfarria para siete instrumentos de alientos-metal y una interpretación fallida del Concierto para violín de Korngold, con Pablo Diemecke, pero al final todo fue apoteosis con un director que probó su eficacia cuando lo decide y una orquesta que todavía luce como la mejor en territorio nacional, cuando es bien dirigida.
A las ocho de la noche, las dos horas finales de música exquisita. El Stabat Mater con la Filarmónica de la UNAM, la orquesta Puma. Una música de belleza serena, más allá de lo sublime, tanto, que rebasa la anécdota del dolor frente a la muerte y transfigura la pena, el sufrimiento, en serenidad merced a la belleza.
La masa coral, un diluvio de bendiciones; la orquesta, una marea de soplos de ángeles nocturnos; la cuarteta de cantantes solistas, una serie de respuestas a las preguntas esenciales. El todo, un remanso de paz, armonía y gozo trascendental.
Seis horas de música sinfónica. Alegría y libertad.