El Gran Poder
a Paz, Bolivia. Fue hace 34 años que la ahora casi centenaria festividad del Gran Poder rompió el cerco del racismo y se desbordó de las empinadas calles del barrio paceño de Chijini hasta el centro de esta ciudad, tomado ahora por 35 mil bailarines y bailarinas que durante 20 horas hicieron, como cada año, girar la vida de esta urbe andina al son de sus matracas y sus bandas de música.
La fiesta del citado barrio indígena urbano –cholo– tiene su origen en las promesas hechas al señor Jesús del Gran Poder –imagen reverenciada en la iglesia del mismo nombre– de danzar a cambio de algún milagro o don.
Antes se hablaba de sincretismo cristiano-pagano, para explicar la mezcla de devoción a una imagen católica y danza ritual con jolgorio y borrachera que suelen extenderse hasta tres días.
Ahora, en los tiempos del gobierno de Evo Morales, quien hace unos días hizo un reconocimiento en el palacio de gobierno a los organizadores de esta fiesta, una de las más poderosas manifestaciones de la cultura indígena urbana andina, se habla de la vigencia de la espiritualidad indígena y de manifestaciones culturales ancestrales, sin ignorar que son muchos los mestizos o blancos que participan en estas danzas.
Lo que ahora también se revela en esta festividad, es el gran poder económico del cholaje urbano que sale a danzar en las 58 fraternidades que participan en este ritual, siempre estrenando trajes: de moreno, de toba, de diablo, de chola, que imponen la moda en cuanto a telas y colores para todo el año. Trajes que cuestan entre 500 y mil dólares.
Ahora, como cada entrada del Gran Poder, no importan los conflictos entre los políticos, si hay o no padrón biométrico para las elecciones nacionales de diciembre o quiénes financiaban a la célula terrorista desbaratada en Santa Cruz. Lo que importa es bailar.
Rosa Rojas, corresponsal