no de los objetivos de la propaganda electoral es hacernos olvidar quiénes somos, cuáles son nuestros intereses y, sobre todo, cuál ha sido el desempeño de los legisladores de los partidos que nos invitan a votar por ellos. Pretenden hacernos sentir que hay un borrón y cuenta nueva; que la vida del país se inicia a partir de esta elección. La estrategia de manipulación es fundamental, ya que si volteamos atrás, tendremos muchos motivos para rechazar sus ofertas. Personajes causantes en buena medida de la ruina que padece el país, aparecen pidiendo el voto con una sonrisa en carteles que saturan nuestro entorno, un festín de absurdo derroche que contrasta con las penosas necesidades de amplios sectores de la población. Confían en los expertos de imagen que han contratado para influir en los potenciales votantes, a partir de análisis sicológicos sofisticados. Se trata de vil mercadotecnia para vender el producto.
Antes de emitir el voto convendría un momento de reflexión apoyado en la memoria. Sin duda el principal problema de nuestro país es la inequidad, reflejada en todos los campos y expresada crudamente en la pobreza que abarca a casi dos tercios de la población. Basta observar los datos en materia de salud, educación, empleo, salario y justicia para confirmar que muchas de las políticas y leyes vigentes han tenido saldos desastrosos. Un México diferente sería posible si organizáramos la política y la economía de diversa manera, como lo vienen haciendo otros países con recursos más modestos que los nuestros. Por ejemplo, podrían implementarse sistemas de protección social universal financiados con otra política fiscal que incluya el cobro correcto de los impuestos a las grandes corporaciones y empresarios.
Antes de emitir el voto, sería conveniente revisar el historial de los partidos en relación con los temas de los cuales depende la calidad de vida de la población, por ejemplo, el valor del trabajo. La inmensa mayoría somos de una u otra manera trabajadores, unos con cuello más blanco que otros, subcontratados, por honorarios, en el trabajo informal o en busca de una ocupación remunerada. Equivocadamente reducimos el concepto de trabajador al obrero de una fábrica o al empleado de una dependencia pública. Esta falta de identidad nos impide compartir intereses e influir en políticas públicas en favor del trabajo, entendido como un patrimonio común. Podemos llamarnos trabajadores, empleados, servidores, propineros, profesionistas libres, o más elegantemente, freelance o outsourcing: todos dependemos de una actividad personal para cubrir nuestras necesidades personales y familiares.
De la amplia agenda de temas que agobian al mundo laboral referimos tres que nos permitan enriquecer nuestro juicio para emitir el voto: la política salarial, los sistemas pensionarios y la reforma laboral. Por lo que se refiere a las dos primeras, resulta evidente que la visión de los partidos Acción Nacional (PAN) y Revolucionario Institucional (PRI) ha compartido un modelo de restricción salarial, claramente reflejado en la fijación de los salarios mínimos y en los renovados topes salariales. Por medio de líderes sindicales a modo, apoyados por el priísmo y funcionarios públicos panistas, acordaron para este año un salario mínimo 30 por ciento abajo de la inflación acumulada. Se dice fácil, pero en términos prácticos equivale a una pérdida sensible de la calidad de vida.
En materia pensionaria y de seguridad social ha sido muy clara y disciplinada la posición de esos partidos apoyando cambios orientados a fortalecer al sector privado, a través de las Afore, las Siefore y compañías de seguros. Por lo que se refiere a los fondos de los trabajadores al servicio del Estado han transcurrido dos años de vida del Pensionissste, falta uno para que inicien su actividad las Afore privadas. De existir legisladores sensibles a un cambio podría cancelarse esta etapa privatizadora. Todo depende del resultado de la elección. Han sido los legisladores del PAN, PRI, Verde y Panal los creadores de la reforma a la Ley del ISSSTE, combatida por más de un millón de trabajadores de la burocracia. Está por verse si los afectados los premian con su voto. La propaganda confía en el olvido.
En materia de reforma laboral, los hechos también son evidentes. La iniciativa de ley elaborada por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social existe ya, adicionada recientemente con propuestas más lesivas. Buscan dar un golpe definitivo a los reducidos espacios con los que cuentan los trabajadores para representarse y defenderse democráticamente. Sólo esperan que les regalen su voto para tener un Congreso que apruebe una reforma legal al gusto del sector patronal más conservador.
Antes de votar, conviene hacer un recuento de daños, que son muchos, y se expresan en una política económica que deviene de una visión de la sociedad en la que los pobres y los débiles no son importantes. Los ejemplos son variados; esta semana, tan sólo, se reclama a las instituciones de educación pública reducir sus presupuestos, en contraste con una política de gasto administrativo de alto nivel sin límites. En otro ámbito, el Partido Verde candidatea a dueños del duopolio televisivo, para consolidar reformas legales a su gusto. Todo depende de si la grotesca campaña de este partido, con falsos vales medicinales, descuentos y exaltaciones al miedo, pesca votantes despistados.
Votar como trabajadores, votar como ciudadanos, es reclamar un mundo diferente para nuestros hijos, con justicia, equidad, protección social, medio ambiente sano y un ejercicio pleno de obligaciones y responsabilidades. Transitar hacia esta vía es posible si superamos las maniobras electorales de los partidos y candidatos que no tienen preocupación real por el futuro de la gente. La pregunta es si el ciudadano trabajador, a partir de una reflexión de su propia condición, opta por votar conforme a su interés o por endurecer el nudo que lo ahorca.