Lunes 6 de julio de 2009, p. a49
Nadie se tragó el cuento de que el empresario Rafael Herrerías se enojó mucho el domingo de la semana pasada, cuando el juez Ricardo Balderas se negó a premiar con una oreja la endeble faena de un torerito, y en consecuencia decidió cerrar la Plaza México hasta el fin de los tiempos, o antes, si el Gobierno del Distrito Federal (GDF) y los gremios de la fiesta aceptan su idea de reformar una vez más el reglamento vigente, para que él, Herrerías, sea también quien designe a los ocupantes del palco de la autoridad
.
Así, los jueces de plaza y los inspectores de callejón ya no serían representantes del GDF y de la delegación Benito Juárez sino empleados del magnate, que se limitarían a obedecer las órdenes de su patrón, so pena de ser despedidos o, quien sabe, aislados en un cajón del túnel de toriles y sometidos a una dieta de pan y agua en penitencia por no satisfacer los caprichos del amo.
No es la primera ocasión que el empresario interrumpe una temporada con cualquier pretexto, para obtener más y más privilegios de parte del gobierno capitalino, al que la antigua tradición de la tauromaquia y su lamentable expresión contemporánea le importan menos que la estructura molecular de los cacahuates. En realidad, el cierre de 2009 obedece a que, a pesar de las medidas de ahorro que implantó –clausurando los tendidos generales y estableciendo retenes de cadeneros para impedir que los compradores de boletos baratos se sienten en los lugares más caros–, a Herrerías no le estaban saliendo las cuentas porque metía menos de 2 mil personas cada domingo a su
embudo y porque la economía del país está hecha pedazos.
¿Ya no son viables las fiestas de toros en la México o ya no puede Herrerías continuar al frente del negocio? El GDF debería abrir una investigación para descubrir la verdad. Si la plaza ya no tiene futuro como centro de un conjunto de actividades productivas, que la conviertan en museo. Si el magnate está quebrado, que le revoquen las licencias de funcionamiento y que vengan otros emprendedores, si es necesario procedentes de España (pero sujetos a las leyes de acá), para hacer lo que Herrerías nunca hizo.
Léase, promover la afición, forjar nuevas figuras, fomentar la diversidad de las ganaderías bravas y estimular la gastronomía, el turismo y las artes concomitantes al toreo, como la danza, la escultura, la pintura, la ópera, el teatro, la fotografía y la crónica literaria. ¿Ya no puede el patrón? Pues que ceda los trastos y se jubile. Nadie está obligado a ser eterno.