Opinión
Ver día anteriorLunes 6 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Honduras: ¿golpe de nuevo cuño?
L

as negociaciones en Tegucigalpa de José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), para el retorno de Manuel Zelaya a la presidencia de Honduras, fueron desdeñadas por los golpistas. Insulza regresó a Washington con las manos vacías, pero se obtuvo una decisión unánime de la Asamblea General del organismo suspendiendo la membresía de Honduras. ¿Viajará el presidente Zelaya a Honduras en compañía de otros presidentes? Hasta la terminación de este artículo no parecía haber una decisión definitiva, que ojalá no resulte un fulminante que encienda la pradera.

Lo anterior define de manera distinta el golpe de Estado hondureño, sin demasiadas analogías con la variedad de asaltos al poder que ha sufrido un continente cargado de esa siniestra experiencia. El hecho es que la situación se ha complicado y podrá prolongarse más de lo previsto.

Característica del golpe de Estado ha sido la efectiva unanimidad del rechazo. La totalidad de los miembros de la OEA, incluyendo Estados Unidos, a los que se han sumado los países europeos, con el consiguiente retiro de los embajadores y la suspensión de relaciones activas de todos estos países. Y todavía, la suspensión de líneas de crédito a Honduras por parte del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo. Según cables últimos, Estados Unidos habría suspendido además ciertos proyectos de colaboración entre su gobierno y Honduras, especialmente entre el Pentágono y el ejército hondureño.

En principio, la enorme presión internacional sobre Honduras y su aislamiento parecerían suficientes para doblegar a los golpistas y hacer retroceder a su oligarquía. ¿Será así?

Pero insisto en su exclusividad, ya que en la historia última no habíamos presenciado en América Latina un golpe de Estado que no fuera auspiciado por Estados Unidos. Sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado el imperio organizó cuartelazos que costaron muchas vidas y la descomposición de las sociedades, para no hablar de sangrientas violaciones a los derechos humanos.

Las necesidades de la guerra fría, liquidar comunistas y compañeros de viaje, y apuntalar a las oligarquías que entregaban las riquezas al norte, concentraron la atención de la Casa Blanca en Latinoamérica. Claro, su otro designio principal fue el perpetuo ataque a la revolución cubana, sin éxito en su objetivo de destrucción.

Ante los incontables golpes de Estado continental el coro latinoamericano, en su gran mayoría, guardaba silencio o lanzaba alabanzas por el regreso al orden del país atropellado. Ahora es lo contrario. Y lo más sorprendente, Estados Unidos, por voz del presidente Barack Obama, consideró ilegal el atraco de Tegucigalpa, demandando también el retorno de Manuel Zelaya a la presidencia de Honduras. Pero ¿hasta donde llegará la presión estadunidense, que en este caso resulta decisiva?

La situación ha provocado ya en contra de Obama la crítica acerba de los fundamentalistas estadunidenses de la extrema derecha: el presidente Obama forma parte ya del bando de los Chávez, de los Castro, de los Evos Morales (Wall Street Journal, 2/7/09), o un presidente con proclividades de izquierda, como Obama, una vez elegido se corre al centro, lo que no ha hecho Obama, yéndose al extremo (Washington Post, 13/6/09). Si a esto añadimos el discurso de Barack Obama en la Universidad de El Cairo, en elogio de la cultura musulmana (4 de junio), el cierre de la prisión de Guantánamo y el inicio de la retirada de las tropas de Irak, podemos entender hasta qué punto actúa la extrema derecha como fuerza de presión y odio.

Por otra parte, no es fácil entender la postura decidida de la OEA en contra del golpe, o de Naciones Unidas, o inclusive de la Unión Europea, y de los organismos financieros internacionales, sin la señal de Estados Unidos. Ya hay al menos dos sucesivas ocasiones en que Estados Unidos no ha roto el consenso latinoamericano: la admisión de Cuba en la OEA (a regañadientes) y ahora la condena el golpe de Estado hondureño (más clara). Tampoco es mala señal que haya llegado Arturo Valenzuela a la subsecretaría de Estado sobre Asuntos Latinoamericanos. Algo han cambiado las cosas en el sur y en el norte, y la defensa de este nuevo curso es fundamental para nuestro futuro, aunque haya lobos y buitres que esperan tragarse los frutos logrados.

Los oligarcas hondureños y sus servidores del ejército y del Poder Judicial y Legislativo están envalentonados y tienen leguleyos que tratan de justificar los hechos. Sosteniendo, en este caso, que no hubo golpe sino sucesión constitucional, ya que Zelaya quería modificar la Constitución para relegirse, dicen sus enemigos, y además cometió graves crímenes porque alentaba la democracia participativa y quería implantar el comunismo en el país (¿la prueba?: su cercanía con los países del Alba), todo lo cual alimentó el escándalo de los medios de comunicación en manos de la oligarquía.

Pero, atención: el giro hacia la izquierda de un número de países latinoamericanos, que limita los privilegios de las oligarquías, ya se ve (en Venezuela, en Bolivia, ahora en Honduras) capaz de originar situaciones golpistas de nuevo cuño. Pero ¿hasta dónde llegará la presión estadunidense para impedirlo? El problema es que tales intentonas pueden ponerse a la orden del día en el próximo futuro: la rebelión de las oligarquías apoyadas por los milicos. ¿Por qué no?: golpes de Estado sobre todo endógenos y no exógenos.