Desaparecer sin razón
scribe Fabiola Solís: Leí asombrada que en 2008 hubo 5 mil 40 desapariciones no atribuibles a casos de secuestro ni robo de menores y tampoco a personas perdidas por incompetencia mental. Son estadísticas del Centro de Apoyo de Personas Ausentes y Extraviadas, dependiente de la Procuraduría General de la República.
Cuando se habla de robo de niños, de desapariciones por motivos políticos, de secuestros o de extravío de personas por su incapacidad mental, experimentamos pavor al pensar que un día pudiéramos estar en situación semejante.
Pero qué ocurre cuando una persona, en su juicio, toma la tremenda decisión de desaparecer o ausentarse de su hogar sin avisar y sin que le importe causar dolor a su familia. Claro que sus motivos pueden ser tan diversos como los sentimientos que esa persona tenga hacia los que la rodeaban.
En la familia del ausente queda un profundo sentido de frustración, rabia, impotencia, culpa y amargura al denunciar su desaparición. El qué hice o hicimos para que él o ella asumiera esa terrible decisión toma por sorpresa los sentimientos de los miembros de la familia y de los amigos que creían conocerlo o conocerla. Cuando pasan los días sin saber nada de un ser en teoría querido mientras los miembros de la familia continúan preguntando sin obtener respuesta, el dolor de esa desaparición provoca un duelo atroz causado por quien se marchó. Más devastada aún queda la familia cuando no conoce bien a bien la razón que motivó su huida.
Se trata del duelo por una pérdida que no lo es completamente, y su familia, sumida en la incertidumbre y las suposiciones, tiene que soportar cada día preguntándose si acaso estará vivo, si tendrá alimento o, lo peor, si yacerá muerto a la orilla de cualquier carretera.
La desaparición voluntaria tiene mucho que ver con la personalidad de quien la lleva a cabo, así como con la calidad de vida en el entorno familiar. Tal vez una llamada ocasional de la persona desaparecida atenuaría ese duelo injusto que la familia debe elaborar.
En el fondo, este aumento de desapariciones voluntarias implica un rechazo radical de la persona desaparecida a esa visión idealizada de la familia, que tanto invocan políticos y jerarcas religiosos, y evidencia que la llamada célula básica de la sociedad carece de herramientas suficientes para una convivencia que involucre y comprometa a sus desconcertados miembros, concluye Fabiola.