Domingo 19 de julio de 2009, p. a20
¡Vampiros! !Vampiros! ¡Muchos vampiros que quieren beber sangre, seducir a las doncellas (vírgenes o no), que aprovechan sus poderes para conquistar al mundo!
Están por todos lados, la mayoría son guapísimos, algunos buscan convivir con los seres humanos, se enamoran y hacen lo que sea por sus mujeres, pero otros son maldad pura, no ven en nuestros cuerpecitos otra cosa más que la posibilidad de saciar el hambre; su oscuridad llega para todos, para quedarse, y parece que no existe salvación alguna... ¡No hay salvación alguna!
Este breve ataque de paranoia es porque me trepé, cual surfeadora, en la ola de las novelas de vampiros, que todavía está en su punto más alto, gracias en mucho a Stephenie Meyer. Algo parecido sucedió con Harry Potter, cuando después de su publicación comenzaron a pulular libros de magos.
Ahora los vampiros llenan las páginas de varias novelas en una moda que parece que seguirá por algún tiempo.
Y es que la fascinación por las historias de vampiros pueden rastrearse incluso hasta las culturas más antiguas de Asia, Medio Oriente, América y Europa aunque con características diferentes: unos sólo beben sangre, otros tienen la capacidad de convertirse en animales, son inmortales, cadáveres redivivos, etcétera, etcétera. Desde entonces los vampiros tienen un poder especial: forman parte del miedo popular, un miedo primigenio, absoluto e imposible de ignorar.
Fue Bram Stoker el que le puso nombre y apellidos y reunió en Drácula todos los poderes de los que se hablaba en las historias antiguas. Con Drácula abrió dos caminos: el vampiro pasional, sexoso, que por amor hace sus barbaridades y el vampiro malo, de verdad malo.
Para abordar el tema existen muchas puertas, la primera y básica, diría, es leer al conde Drácula que pintó Stoker, y después una deliciosa antología titulada El vampiro (Siruela), con textos de Edgar Allan Poe, Horacio Quiroga, Théophile Gautier, Alexei Tolstoi y Charles Baudelaire, entre muchos otros. Y por qué no una leída a Drácula: Vlad Tepes, el Empalador y sus antepasados, una biografía escrita por Ralf-Peter Märtin, editada por Tusquets.
Hace unos años, no muchos, llegaron un montón de libros de vampiros como La historiadora, de Elizabeth Kostova; por supuesto los de Anne Rice, y el de Carlos Fuentes, pero todos de alguna manera seguían el camino de Stoker… Hasta que llegó Stephenie Meyer con la saga Crepúsculo (Alfaguara) y se decantó hacia el lado romántico del asunto continuando con la tradición de sagas vampíricas de Rice.
En esta misma línea podemos encontrar dos series para adolescentes Medianoche (Montena), de Claudia Gray, y La casa de la noche (La factoría de ideas) escrita por P.C. Cast y Kristin Cast –madre e hija–. Ambas sagas coinciden en que se desarrollan en escuelas de vampiros.
Después tenemos Crónicas vampíricas (Destino), de L.J. Smith, acerca de dos hermanos vampiros que se enamoran de la misma mujer. Lo interesante de esta saga –compuesta por Despertar, Conflicto y Furia– es que es anterior al éxito editorial de Meyer con el vampiro Edward y Bella.
Algo que identifica a estas cuatro series es que la portada es negra, con detalles en blanco y rojo –sangre, obvio– con una excepción: el rosa de Marcada.
True Blood es otra serie igual de romántica pero más cachonda y, si no la quiere leer, puede verla en televisión de paga. Ésta fue escrita por Charlaine Harris y ya tiene tres títulos en español publicados por Pandora: Muerto hasta el anochecer, Corazones muertos y El club de los muertos… los tres volúmenes divertidos y loquísimos que hablan de la época en que los vampiros salen del anonimato, beben sangre sintética elaborada por los japoneses, y tratan de coexistir con los humanos y un montón de figuras míticas como las ménades, los cambiaformas, y los hombres lobo (que por cierto estos dos no son lo mismo).
Para adolescentes Compañeros de la noche, de Vivian Vande Velde, publicada en México por Océano en la colección El lado oscuro, de terror y miedo, para el público juvenil. Aquí mención súper especial a Siete esqueletos decapitados, del mexicano Antonio Malpica. Sólo diré que terminé de leerlo a las 4 de la madrugada, no quería moverme del sillón, todos los ruidos parecían sospechosos y finalmente tuve que dormir con las luces encendidas (lo bueno es que no soy miedosa).
Otros títulos que no pueden quedar fuera son El vampiro de Ropraz (Anagrama), de Jacques Chessex, basado en un hecho real ocurrido en 1903, aunque en realidad no se ocupa del vampiro tradicional, sino de la depredación del hombre por el hombre en la historia de un criminal serial; y otro para niños La visita del vampiro (Siruela), de César Fernández García.
Pero entonces llega otro título que les rompe todo el esquema (¡y de qué manera!): Nocturna, de Guillermo del Toro y Chuck Hogan. Aquí el vampiro es la maldad absoluta, basado más en el concepto nosophoro que en griego hacía referencia a los portadores de enfermedades y que tal vez le suene más si cambiamos un poco las letras Nosferatu, que es el título de una película buenísima.
En Nocturna, el vampiro de Del Toro llega a Estados Unidos y comienza a propagarse entre los humanos como un virus mil veces peor que el a-hache-uno-ene-uno. Nada de vampiro seductor, Sardu es un ser más oscuro que la noche con una sola misión: alimentarse, y claro su platillo favorito es la sangre humana.
Lo peor es que a los humanos se les despoja de algunas de las armas tradicionales para matarlos: nada de ajos, crucifijos, o luz del sol porque Sardu parece tener cierta resistencia a los rayos solares, aunque queda la plata.
Lo malo, verdaderamente malo, es que habrá que esperar dos años para tener completa la Trilogía de la oscuridad… el siguiente título saldrá en 2010.