ucho tiempo, mucho dinero y, sobre todo, muchas vidas se han gastado en pensar, en razonar, en entender las limitaciones del mercado. La mayoría de las veces con el ánimo de defender la forma como se organiza hoy –en realidad desde la Revolución Industrial– la sociedad para garantizar su reproducción material.
La de la división social del trabajo, indicaría Smith con magistral coherencia, a pesar de no haber sido capaz –no obstante su brillantez– de mostrar la terrible oposición del doble carácter de ese trabajo social cuya división describió magistralmente y que conduce –como lo vemos hoy con extrema nitidez– a las crisis. Sí, cuando el trabajo privado no logra ser reconocido socialmente, no sólo se muestra el absurdo del carácter despótico e irracional del patrimonialismo privado bajo el cual se subordina a los asalariados, sino también la fragilidad de una sociedad cuyo bienestar depende de que el tiempo de trabajo privado gastado y la forma en que se gastó sean –simultáneamente– reconocidos socialmente.
Por eso, justamente por eso, Marx indicaría que esta forma de organización es la de la producción de mercancías, fetiches a través de los cuales el trabajo privado deviene social –diría nuestro querido maestro José Valenzuela–. Pero –por eso mismo– la del desperdicio y la pauperización. Y si no, que hablen los teóricos ortodoxos de la destrucción de la demanda, hábiles para mostrar desde sus capillas, cómo la elevación de precios hace reducir la demanda. Pero incapaces de explicar por qué también con precios a la baja se destruye demanda.
Implacable la Ley del Valor, erróneamente arrojada al basurero de los desperdicios teóricos junto con el fracaso de las economías centralmente planificadas, en realidad centralmente burocratizadas y autoritarias. Pero hoy –a pesar de todo– principio articulador de la explicación alternativa sobre el funcionamiento capitalista, recuperado para dar razón de la debacle más severa de la historia reciente del capitalismo.
Se trata, en síntesis, de la imposibilidad de convertir todo el trabajo privado gastado e invertido en múltiples y diversas mercancías, en trabajo socialmente reconocido y respaldado por una demanda social solvente. Y, más aún, de la imposibilidad de constituir esa demanda social solvente, con los signos de valor derivados de la expansión financiera, rentista y especulativa. De aquí la obligación –como condición de la superación de esta terrible crisis– de reasignar –a nivel mundial, que ya no sólo nacional– los recursos disponibles, dinerarios y productivos. Y evaluar –trabajo arduo y lento– las condiciones financieras, productivas y comerciales generales y particulares, para dar comienzo a una nueva fase de recuperación y crecimiento económicos.
Sólo en este marco podremos explicar, por ejemplo, la persistente y terca caída de la capacidad industrial utilizada en la economía de nuestros vecinos, que prácticamente en junio acumuló 34 meses de retracción: de un máximo de 81.2 por ciento en agosto de 2006 a 68 por ciento en junio 2009, es decir, 13 puntos porcentuales de una capacidad industrial total que apenas hasta el mes de junio aminoró un poco el crecimiento inercial positivo de 50 meses continuos. Asimismo, la conducta de una producción industrial que también en junio acumuló 15 meses de caídas mensuales (siempre respecto del mismo mes del año anterior) y 17 de descenso respecto del mes anterior (23 meses los no durables con una caída de 33 puntos y 21 meses los no durables con sólo cuatro puntos porcentuales de descenso en su nivel), para acumular 17 puntos porcentuales menos de producción industrial en relación con el valor máximo de ésta, el de enero de 2008, aunque ya –como lo señalé antes– con un menor nivel de capacidad utilizada, es decir, con un mayor margen de capacidad ociosa. Pero también las dos tremendas consecuencias de ese comportamiento. Descenso de la rentabilidad. Y terrible desempleo. La relación de las ganancias corporativas no financieras –con 10 trimestres de descenso– con los activos industriales disponibles, acumula una retracción de casi 50 por ciento (47.4) respecto de su valor máximo registrado en el tercer trimestre de 2006. Y el desempleo llegó en junio a 9.5, nivel no visto desde hace casi 30 años, con una duración de 24 semanas y media –casi seis meses– para encontrar trabajo.
Sí, es cierto que hay algunos indicadores que tienden a frenar su caída: venta de autos ligeros, inicio de construcción de casas, mejoría de la relación entre inventarios y ventas, nuevas peticiones de bienes industriales duraderos. Pero los indicadores globales más duros recientes, no permiten asegurar todavía que se tocó fondo y que comenzó la recuperación de la economía vecina y, sin duda y con ella, la de la nuestra. No…todavía no. Y por cierto, cuando empiece, mucha precaución en gastos, deudas, ánimo y declaraciones, porque tardará en llegar a los niveles anteriores. Un buen rato. Sin duda.