Opinión
Ver día anteriorJueves 23 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Acción Nacional o el vacío ideológico
E

ntre algunos panistas, que hasta apenas hace unas horas aspiraban a dirigir el partido, no se oculta el malestar por la candidatura de César Nava, considerada casi como un dedazo del Presidente. De hecho, los más audaces sugieren que el partido del gobierno se parece cada vez más al PRI, gracias al proceso de mimetización que siguió a la alternancia en el año 2000.

La rebelión verbal de gente como Creel, Corral o García Cervantes, entre otros notables, es la expresión de una crisis institucional que viene de lejos, aunque sólo ahora, tras el fracaso electoral reciente, comienza a pasar facturas. Sin embargo, si bien se trata de un problema interno, el debate en torno a las relaciones entre el partido y el gobierno atañe al régimen político y a la construcción de opciones que no se reduzcan a usufructuar la decadencia del presidencialismo. En este punto salta a la vista que la gran promesa panista de completar la transformación democrática de México quedó reducida a cero cuando el foxismo decidió aprovechar las instituciones –incluyendo las relaciones corporativas con el mundo del trabajo y otras minucias restauradoras– sin propiciar las reformas que ya entonces parecían necesarias.

El nuevo grupo en el poder, satisfecho por el funcionamiento de los mecanismos electorales, creyó que la caída del PRI bastaba para asegurar la normalidad democrática y la reproducción de la correlación de fuerzas que le permitió ganar la Presidencia en 2000. Hoy las cosas son muy distintas. El panismo llega a la segunda mitad del sexenio con más temores que nunca, atrapado por las exigencias objetivas de un país en crisis, pero sumergido en la confusión creada y multiplicada por la ineficacia de sus dirigentes que han perdido posiciones y votantes. Lejos de valorar los negativos resultados alcanzados en las recientes elecciones, el Presidente persiste en el optimismo infundado, sin admitir la urgencia de un cambio de rumbo.

No extraña, pues, que la crítica proveniente del interior de su partido adopte un aire melancólico en recuerdo de los viejos tiempos, cuando el partido, pequeño en número y sin gran influencia en la sociedad, se definía por el valor de su doctrina y en ella confiaba para convertirse en un referente moral para la nación entera. Pocos partidos tienen ideología refrendada por sus bases, muy pocos han tenido una pléyade de hombres como los fundadores y los directivos de Acción Nacional, escribió Javier Corral hace unos días. Regresemos a los motivos espirituales de los que habló Gómez Morin siempre, pero obligadamente cuando la confusión entra a la casa. No claudiquemos en el ejercicio de buscar la verdad. La cuestión es si la legítima preocupación por los principios no llega demasiado tarde a una formación que en el pasado reciente ha pagado gustosamente todas las alcabalas políticas y morales que le permitieron encumbrarse, haciendo los dictados de su herencia política e intelectual.

A fin de cuentas no fueron los motivos espirituales, sino el pragmatismo, el dinero y la mercadotecnia los que llevaron a los neopanistas a la Presidencia. ¿Cómo calificar en términos de valores solidaristas la intromisión del Poder Ejecutivo, con el respaldo de las fuerzas vivas y el poder de las instituciones, para influir en la campaña y los resultados del 2006? ¿Cómo conciliar las campañas denigratorias con el dialoguismo cristiano de sus textos fundadores? Salvo la defensa de los intereses desnudos de los grupos de poder o la promoción del miedo al cambio, es obvio que el PAN, en su obsesión por no reconocerse como el partido de la derecha, prefiere moverse en el vacío ideológico que tanto daña a la vida pública nacional, a no ser que la lucha de ideas se entienda como la competencia entre la pichicatería abisal del conservadurismo histórico y el cinismo proverbial de la política a la mexicana.

El panismo está inmerso en una profunda crisis, entre otras cosas porque carece de una estrategia para el futuro. La defensa de la democracia sin adjetivos, asumida (o atribuida) al neopanismo evaporó los sueños de los fundadores, que para bien o para mal se habían visto en otros espejos que no eran, por cierto, los de la democracia bipartidista estadunidense. Es evidente que la doctrina social cristiana, tan influyente entre los líderes procedentes de las minorías heroicas de la derecha nacional, pesó menos en el ascenso del panismo que la convergencia objetiva, práctica y demostrable del empresariado y la Iglesia católica con el programa de reformas iniciado bajo la presidencia de Salinas de Gortari, al que acompañaron sin reparos en una alianza estratégica que está lejos de haber terminado. La realización de ese programa fue, aunque no guste reconocerlo, la gran victoria cultural del PAN.

Los motivos espirituales, tan relucientes y vivos cuando el panismo era una oposición testimonial, devinieron letra muerta en cuanto la ciudadanía irrumpió en sus filas y las concertacesiones, concebidas como antídoto bipartidista a la democratización real, aseguraron la modernización que, según los líderes del partido, consagraba una a una las grandes aspiraciones del programa panista.

Fox aprovechó el vapuleado presidencialismo para caminar seis años en la penuria espiritual más ominosa. No solamente fue incapaz de remontar la crisis institucional subyacente, sino que consiguió desarticular redes imprescindibles para la gobernabilidad y el país perdió presencia, peso específico en la escena internacional.

Así, la supuesta victoria cultural del PAN, asociada, a querer o no con la revolución conservadora en el mundo, se tradujo en profundas decepciones, en desconfianza y falta de credibilidad en el camino democrático. Cambiar el mundo no es sustituir el crimen de Caín por el de Abel, sino dejar a un lado las quijadas de burro; cambiar a México no es invertir cromáticamente el mural, sino salir de éste, había escrito Castillo Peraza, pero a la primera ocasión el gobierno panista y su partido convirtieron la política en una guerra donde el grito prepotente sustituye a la palabra.

Las elecciones de 2006 consumieron los últimos vestigios doctrinaristas del panismo. La derecha se envolvió en la bandera aséptica del centro. Y allí está, feliz, en la nada ideológica. Y no es que Calderón, Germán Martínez o Nava se hayan olvidado de las lecciones aprendidas en la infancia, como denotan las continuas alusiones presidenciales a la inspiración religiosa que rige sus actos, sino que, al vencer, han fracasado en el intento de hacer otra cosa, una política trascendental, regida por los principios y no por el cálculo estrecho de las fuerzas en juego. Es decir, a favor de los intereses más fuertes.