or estos días (los sábados, para más señas) se desarrolla en la Cineteca Nacional un muy interesante y exitoso ciclo de filmes clásicos del cine mudo musicalizados en vivo por diversas bandas mexicanas de rock. Para la primera sesión, el grupo Los Gatos puso música a Nosferatu (Friedrich Wilhelm Murnau, 1922), a partir de una línea de conducta basada en el desparpajo, la improvisación y la capacidad de asombro.
Con una muy sencilla dotación de guitarra, contrabajo y una batería mínima y austera, Los Gatos se dieron a la tarea de buscar (y, sorprendentemente, hallar) los posible puntos de contacto entre la soberbia sinfonía del terror urdida por Murnau, y su propia sinfonía, cimentada sobre todo en las sonoridades del rockabilly y vertientes populares aledañas.
Como suele ocurrir casi siempre en este tipo de experimentos, algunos pasajes de la musicalización estuvieron caracterizados por cierta disociación de ideas, que a su vez dio lugar a interesantes (y sobre todo divertidos) sincronismos hallados a vuelapluma por Los Gatos.
Entre otras cosas, vale señalar que, ya metidos de lleno en la talacha de musicalización, estos tres roqueros encontraron y explotaron sabrosamente algunos leitmotivs que provocaron saludables y recurrentes carcajadas. (Su música para las cabalgatas fue particularmente desternillante). En efecto, uno de los méritos de Los Gatos en su tocada fílmica fue permanecer fieles a lo suyo y no intentar una falsa y forzada música de miedo que hubiera resultado claramente ajena a su estilo.
Como resultado, el Nosferatu de Murnau se convirtió en una delirante comedia, y por momentos fue posible intuir que las armonías agridulces del blues no le van del todo mal al atribulado y demacrado Conde Orlok. El éxito de público fue sensacional.
Para el segundo sábado, los hermanos Alonso y Chema Arreola se enfrentaron a uno de los filmes emblemáticos de Charles Chaplin, El chico (1921), cuya sonorización abordaron con un arsenal de recursos más amplio y variado. Con guitarra, bajo, tornamesa, un poco de sampleos y secuencias, una batería completa y numerosas percusiones de mano hicieron un trabajo más planeado y sistematizado de musicalización.
Con toda esta parafernalia a su disposición, los Arreola realizaron un soundtrack compacto, sólido y diversificado, en cuyo desarrollo incluyeron numerosas referencias genéricas y estilísticas que, además de resultar efectivas para la labor sonora del momento, sirvieron como trivia, hitos y guiños para el público.
Para más señas: los hermanos repartieron numerosos silbatos entre los asistentes, encargando a la platea el papel colectivo de las fuerzas policiacas y proponiendo un interesante cauce de interactividad y elaboración colectiva. Si bien es cierto que los músicos se dedicaron sobre todo a enfatizar los numerosos momentos de comedia física de El chico, no descuidaron los matices tristes que suelen equilibrar las mejores cintas de Chaplin.
De nuevo, un resultado sonoro atractivo, exitoso y lleno de sorpresas. No deja de ser llamativo el hecho de que, una vez concluidos sus respectivos filmes, tanto Los Gatos como los Arreola se siguieron de frente tocando un rato más para un público muy prendido y muy metido en el asunto. O sea que, encarrerados Los Gatos…
La expectativa generada por este ciclo ha sido enorme, y la asistencia a las sesiones ha sido, más que multitudinaria, desbordada y efervescente, lo que avala explícitamente un acierto más de la Cineteca Nacional.
Con un reciente Foro Internacional muy bien programado, sólidos estrenos nacionales e internacionales, un atractivo ciclo de cine gastronómico, la trilogía Qatsi de Godfrey Reggio, con la presencia del cineasta, la Cineteca pasa por un muy buen momento. Quedan dos toquines fílmicos más, este sábado (El hombre de la cámara, por Alejandro Otaola) y el siguiente (Metrópolis, por Yokozuna). Hay que ir, pero hay que ir muy temprano, so pena de quedarse afuera.