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Andrés Neuman, Premio Alfaguara de Novela, promociona en el país El viajero del siglo

La de la literatura es una mentira que busca alcanzar una verdad poética
 
Periódico La Jornada
Domingo 2 de agosto de 2009, p. 4

Todo escritor es por definición un gran mentiroso, asevera el argentino Andrés Neuman, quien promociona en México su libro El viajero del siglo, con el cual obtuvo el Premio Alfaguara de Novela 2009, y que será presentado este martes a las 19:30 horas en el salón Centenario del Hotel Geneve (Londres 130, colonia Juárez).

Por supuesto que es un gran mentiroso, pero lo es en una categoría distinta de la mentira: la no moral. Es decir, está la mentira moral, que es la interesada, la que se pronuncia para obtener algo o engañar a alguien, y está la mentira estética, que es el artificio con el que el arte no cuenta exactamente cómo son las cosas para devolverlas de otra manera en la que el receptor puede entenderlas mejor, explica.

La de la literatura es una mentira que aspira a alcanzar otra clase de verdad, que no es literal, sino simbólica, poética, abunda.

A sus 32 años, el autor ha incursionado con buena aceptación en todos los géneros, lo mismo la novela que el cuento, la poesía que el ensayo, al igual que la traducción, y una de sus obsesiones consiste en lograr la intersección entre ellos.

Fue esa una tarea que puso en práctica en la novela que le valió el mencionado galardón, a la que define como una historia de amor decimonónica metida en un envase del siglo XXI, determinado por “un gran zapping de géneros y subgéneros”.

Argentino, radicado desde los 14 años en Granada, España, Neuman proviene de una familia de músicos de concierto. De allí que pueda pensarse que hubiera sido más fácil para él ser músico que escritor, pero no se le dio el talento, según admite en entrevista con La Jornada, durante la cual sostiene que las letras han sido su vicio desde muy pequeño.

Sus primeras publicaciones se remontan antes de los 20 años; desde entonces cuenta con varias obras que han ganado premios o han sido finalistas de certámenes prestigiosos, entre ellos el Herralde en un par de ocasiones, ante lo cual se le inquiere hasta qué punto la edad determina la calidad de un escritor.

Se tiene la idea errónea de que autores que no alcanzan cierta edad no maduran, como Borges o Saramago. El dato de la edad no es muy relevante, para bien o para mal. A veces hablamos de la edad de los autores para no molestarnos en leerlos, responde.

Es verdad que escribo desde niño, pero lo hacía sin la consciencia de que algún día también sería mi trabajo. Escribía por supervivencia, porque era lo único que me hacía feliz; era una vocación desesperada.

–Pero la edad generalmente va equiparada con la experiencia y la madurez.

–Eso es un tópico prestigioso falso. Hay gente que tiene mucha experiencia y no sabe contarla, y la ficción sirve para contar experiencias que no tenemos. Estoy de acuerdo, e insisto, en que si Borges hubiera muerto a mi edad, no lo recordaríamos; pero a mi edad Truman Capote o Rimbaud ya habían dicho todo lo que tenían que decir. La pregunta es si yo puedo compararme con esos autores, y por supuesto la respuesta es no. Pero eso es falta de talento, no juventud.

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El escritor argentino durante la entrevistaFoto Carlos Ramos Mamahua

“No creo que en 20 años me asalte un ataque de talento que no tengo hoy. Uno tiene lo que tiene, uno escribe como puede. Evidentemente, si uno tiene 15 o 17 años no va a escribir una obra madura, pero me parece que a partir de cierta edad más o menos adulta cada escritor se defiende con sus ficciones.

Es ingenuo pensar que uno escribe desde sus experiencias y sentimientos. Existe algo mucho más amplio que eso: escuchar las historias de los demás, heredar la memoria colectiva y hasta familiar, y observar las tragedias y felicidades ajenas. Con todo eso se escribe, no sólo con lo que le pasa o le pasó a uno.

–¿Siente usted que ya alcanzó la madurez?

–Espero nunca llegar a ella. Coincido con (Witold) Gombrowicz, el novelista y dramaturgo polaco, acerca del valor de la inmadurez. No inmadurez como negligencia, frivolidad, falta de profundidad, sino como la idea de algo que nunca está completo.

La madurez de un creador tiene que ver con darse cuenta de que su estilo es provisional y su estética discutible. En ese sentido, me gusta la idea de que toda búsqueda es infinita; no me gustaría nunca saber cuál es mi estilo, porque a veces llamamos estilo a encontrar una fórmula, y eso es contrario al quehacer del escritor.

La sintáxis como pentagrama

–Por sus antecedentes familiares, quizá lo más lógico es que fuera músico y no escritor.

–Mis padres son músicos profesionales y, pues sí, trataron de educarme y alentarme en ese arte, pero me temo que tengo mucha educación musical y poco talento, ése no se elige. Estudié violín, flauta y guitarra, y no llegué a tocar bien ninguno. Me di cuenta de que mi camino no iba por hacer música, pero sí por escucharla.

“Hay un personaje de El viajero del siglo, el organillero, que le dice al protagonista que la música está también en escuchar, no sólo en tocar y cantar; si uno escucha, existe también la música. Eso es lo que hago desde que me di cuenta de mi torpeza como ejecutante.”

–¿Cómo ha influido o ha utilizado esa educación musical en su labor como escritor?

–No se trata de un ejercicio, sino de una actitud. La música, al igual que la poesía, es una actitud ante la realidad. Entonces, creo que la costumbre de escuchar música, sea cual sea –fui educado en la música clásica, pero amo el rock y el jazz–, predispone de otra manera hacia el lenguaje, porque éste y la música tienen muchas diferencias, pero también varias cosas en común, la más importante es el oído.

Las palabras se escuchan y la música también. Me gusta concebir la sintáxis como una especie de pentagrama: en él aparecen ritmo, afinación, armonías; el lenguaje como un gran pentagrama en el que hay melodías, unas más armónicas, otras más disonantes. El trabajo con los ritmos y los silencios es parte esencial del lenguaje verbal, y eso tiene en común con la música.