l artículo, con el mismo título, publicado hace 15 días, suscitó muchos comentarios de lectores de La Jornada. Sin duda es un tema polémico. A algunos lectores les llamó la atención que dijera que a diferencia del sistema estadunidense, el migratorio canadiense es bastante eficiente, democrático y generoso
. Sostengo lo dicho, porque se trata de una comparación con otro modelo. Pero tienen razón los lectores al señalar que tampoco se trata de lanzar alabanzas al sistema canadiense.
De hecho la comparación iba más allá, pero por razones de espacio tuve que quitar un párrafo donde comparaba el sistema canadiense en la década de los cincuenta y el de la actualidad. En aquella época, Canadá se preciaba de ser el país más blanco del orbe
y su política migratoria era francamente racista. En 1830 muchos negros libertos fueron enviados a Freetown, en Sierra Leona, donde se les otorgaba la libertad pero al mismo tiempo se les deportaba. Es más, durante el siglo XIX políticos y funcionarios canadienses soñaban con adquirir, comprar o arrebatar una isla del Caribe para enviar allí a todos los negros que habían llegado durante la época colonial y de rebote de Estados Unidos. Si comparamos el antes y el después de la política migratoria canadiense, con la reforma de 1962, se pasa de una política abiertamente restrictiva a una abierta y no discriminatoria. El cambio se refleja en las estadísticas: en los años recientes, el principal grupo de inmigrantes es de origen inglés, pero el segundo es chino y el tercero de India.
En uno de los comentarios se afirmaba que en Canadá seleccionan gente de forma discrecional y hitleriana
, aunque concluía diciendo que en México la cosa está peor, porque la selección depende de las palancas
de cada quien y no de los méritos. A lo que responde otro comentario señalando: “No pensé que vería la ley de Godwin aplicarse en un simple comentario de La Jornada”. La referida ley dice que a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno
. Y allí se acaba la discusión.
En ese sentido me parece que el sistema de puntos que se utiliza en Canadá, si bien no es perfecto y obviamente es selectivo, tiene ciertas ventajas. La selectividad por edad es un buen ejemplo. El límite que se fija para obtener puntos es de 21 a 49 años, que podría considerarse como amplio. Pero algunos lectores piensan lo contrario y afirman que se trata de un criterio que privilegia las edades productivas y reproductivas
. Lo cual es verdad, pero ningún país va a privilegiar la inmigración de jóvenes, a los cuales tendría que financiarles la educación, y de personas mayores, a las cuales les debería financiar la salud y el retiro. Obviamente, Canadá vela por sus intereses, como cualquier otro país.
Todos los programas de inmigración son selectivos. Los españoles prefieren a los migrantes latinoamericanos, por la sencilla razón de que son racial y culturalmente más aceptables que los africanos, sean éstos moros o negros. No lo dicen abiertamente, pero en la práctica los datos estadísticos lo comprueban. Los japoneses dan facilidades a los inmigrantes nikkeis, hijos de japoneses emigrantes de segunda y tercera generación, porque fenotípicamente son japoneses, aunque culturalmente sean latinoamericanos. Y en ambos casos son discriminados; los migrantes latinoamericanos son sudacas
en España y los nikkeis son peruanos o brasileros, pero no japoneses.
Otros comentarios se refieren a la condición que tienen que asumir los inmigrantes en Canadá, donde la mayoría obtienen trabajos mal pagados y típicos de inmigrantes: meseros, lavaplatos, porteros, peones, albañiles. No se puede negar esa realidad, que no es exclusiva de Canadá y que forma parte esencial del sistema capitalista. En los años recientes varias encuestas nacionales e internacionales han optado por preguntar a la población sobre sus deseos, o intenciones, de emigrar a Estados Unidos. Las respuestas positivas son muy altas y pueden llegar a 70 u 80 por ciento. Lo que no preguntan es si uno quiere ir a Los Ángeles a lavar platos, limpiar baños, desplumar pollos o recoger lechugas, porque esos son los trabajos que se ofrecen a los inmigrantes.
Los inmigrantes pertenecen al sector secundario de la economía y saltar al primario requiere de mucho esfuerzo, trabajo, educación y suerte. Muy pocos lo logran. Pero como diría don Francisco I. Madero, hace ya un siglo: La situación del obrero mexicano es tan precaria, que a pesar de las humillaciones que sufren allende el río Bravo, anualmente emigran a la vecina república millares de nuestros compatriotas y la verdad es que su suerte es mejor que en su tierra natal
. (La sucesión presidencial en 1910, p.238).