Autoridades estatales le regatean apoyo
Lunes 3 de agosto de 2009, p. 38
Jaltocan, Hgo., 2 de agosto. Un trozo de pemuche, un cincel y un marro de palo son suficientes para elaborar una máscara que servirá de adorno o que lucirá alguno de los danzantes que participan en las celebraciones huastecas del xantolo o Día de Muertos, y el nahuatilis o Fiesta del Diablo, ahora llamada simplemente carnaval
.
Pocos en la región fabrican estas máscaras, quizá unas cinco personas, entre ellas Alfonso Hernández Hernández, indígena de 73 años cuya fama internacional contrasta con sus precarias condiciones de vida. Pero eso no le hace mella, y como muchos artesanos bendice a sus compradores.
Además de las máscaras, talla figuras de indígenas con un tercio de leña a la espalda o con utensilios del hogar, además del famoso comanche, que cobra vida en el carnaval: personaje vestido de manta, provisto de arco y flechas, tocado con una mascara de colores verde, negro, rojo o blanco.
Alfonso vive en el barrio de Toltitla, a unos metros de la carretera Vinazco-Jaltocanha, y lleva 65 años dedicado a este oficio. Su casa es de concreto, pero de mobiliario escaso. Él se acomoda temprano en una rústica silla de madera con entretejido de palma, en medio del pequeño patio. A su diestra, en una mesa, coloca herramientas y material.
En un trozo de pemuche (árbol típico de la región, de madera resistente pero dócil) dibuja unas líneas y cincela con suavidad, apoyado sobre un tronco. Maniobra como le enseñó su abuelo, quien también fabricaba huaraches de cuero con suela de llanta, el calzado de hombres y mujeres en la Huasteca. Y tras la sesión aparece, con su tosca belleza, la máscara ritual.
Anita Hernández Hernández, su esposa, elabora minuciosos bordados. Mientras, don Poncho usa mazo y cincel desde los ocho años para convertir trozos de pemuche en danzantes para el carnaval de febrero, y en máscaras para Día de Muertos, en noviembre.
Al principio caminaba de madrugada con un costal repleto de huaraches a cuestas para venderlos en Huejutla, con el abuelo. Después aprendió a tallar máscaras y muñecos, un oficio ancestral que lo ha convertido en personaje de festivales culturales en todo el país. En Estados Unidos le pagan 30 dólares por cada pieza, pero aquí se conforma con 100 pesos.
En julio pasado el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes le otorgó una mención honorífica y Alfonso aprovechó para pedir apoyo. En respuesta, la directora del organismo, Lurdes Parga Mateos, aclaró que no había premio en efectivo, pero el artesano recibiría respaldo extraordinario por indicación del señor gobernador
.
La funcionaria dice que cumplió la orden del gobernador Miguel Ángel Osorio Chong, pero el artesano lo niega. Es uno más de los desdenes que ha sufrido en su carrera. Se siente re feo
, admite mientras chupa su paleta de caramelo.
Ya sufre los estragos de la edad, que se suman a la pobreza y la marginación, constantes de la vida en la Huasteca, donde 75 por ciento de los 450 mil habitantes, la mayoría indígenas nahuas, padecen hambre y falta de oportunidades.
Hace años tiene dolores en la cadera, además de un tic en la rodilla derecha y problemas oculares. El sudor le escurre por la frente y le causa ardor en el ojo derecho, afectado por ceguera parcial. Pero no se rinde: sólo él sabe lo que hay detrás de las máscaras.