iertamente que el presidente Barack Obama tiene razones de mucho peso para afirmar que las relaciones entre el gobierno de Estados Unidos y el de China determinarán el siglo XXI
, tomando en consideración que una alianza entre estas dos potencias fijaría las bases para hacer frente a los problemas mundiales más importantes, esto es, los de orden global como es la crisis financiera que aqueja a todos los países del planeta prácticamente.
Pero hay otros problemas del mismo orden de importancia como el cambio climático y las emisiones tóxicas, que no podrán ser resueltos satisfactoriamente para todo el mundo, si no se pone en marcha una verdadera revolución tecnológica que permita alcanzar las metas que el G-8 ha planteado recientemente, y que también se abordó en la Cumbre de L’Aquila, Italia, en la que participaron los 18 países cuyas economías son las de mayor importancia en el mundo.
Ahí se habló de la necesidad de crear metas comunes para alcanzar hacia el año 2050, a medio siglo XXI, que permitirán mantener las emisiones de bióxido de carbono (CO2) en el nivel que están actualmente, e inclusive bajarlas a la mitad del nivel que padecemos hoy, y que están causando un cambio climático verdaderamente peligroso, a cuyos efectos no podrá escapar ningún país por retrasado que esté en términos de desarrollo industrial.
La afirmación del presidente Obama refiere a un problema mundial del mismo orden de importancia: la proliferación nuclear en Corea del Norte e Irán, aunque aquí habría que hacer consideraciones de carácter político, pues no tenemos la seguridad de que con meter al orden a Kim Jong-Il y a Mahmud Ahmadinejad se va a resolver el problema mundial de la proliferación nuclear, pues estos dos países están arrancando, para todo efecto práctico, su carrera hacia la generación de energía nuclear, que, ambos alegan, no tendrá un uso bélico, sino que será aplicada a la industria con fines pacíficos. Aun así, el desarrollo de la energía nuclear en el campo industrial –si fuera verdaderamente el caso–, implicaría un aumento de las emisiones de CO2, a causa de los residuos nucleares que se producen inevitablemente.
Este es el gran problema que se plantea a escala mundial y que será tratado nuevamente en L’Aquila, y en la reunión del G-8 en Copenhague, el próximo mes de diciembre.
Decíamos que sí hay suficientes razones para que se establezca, como ha dicho Barack Obama, una alianza con China, que, suponemos, sería de carácter económico. También hay razones para pensar que muy difícilmente podría darse una alianza política, pues de suyo el planteamiento de la unificación programática de desarrollo es algo verdaderamente novedoso, ya que implicaría un viraje de 180 grados.
Hay que pensar en lo difícil que ha sido mantener las relaciones China-Estados Unidos, aun después del ingreso de la superpotencia de Asia en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a lo que la otra superpotencia, gobernada en los años 70 por el presidente Richard Nixon, se opuso a su ingreso.
México vivió esta situación durante el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, votando en favor de que se concediera a China un asiento en la ONU.
Están por cumplirse, dentro de tres años, 40 del viaje de Nixon a China, y el diálogo que ha entablado Barack Obama con ese país no deja de ser asombroso, puesto que ambos gigantes, que discrepan no solamente en materia de derechos humanos, sino respecto de los mercados mundiales, ha provocado mutuos reproches de competencia desleal.
No obstante, ahora se proponen llevar a cabo una alianza, haciendo valer su calidad de superpotencias y están proponiéndose emplear su poder político y económico, actual y futuro, para entablar una cooperación internacional de todo el planeta, pensada y ejecutada de acuerdo con los intereses mundiales de cada una. Esto significa que lo que durante muchos años fue determinante en la rivalidad abierta entre Estados Unidos y China serviría ahora para unirlos alrededor de objetivos comunes de gran importancia, haciendo realidad la nota periodística publicada en El País (28/709): China y Estados Unidos abordarán juntos el siglo XXI
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La población de Estados Unidos en 2007 era de 301 millones 620 mil habitantes y la de China de mil 318 millones 310 mil. Se han identificado considerablemente muchos cambios de importancia en las exportaciones de Estados Unidos a China, al grado que es hoy su primer socio comercial, mientras el gigante asiático se ha constituido en el segundo socio comercial del país de las barras y las estrellas después de Canadá.
Por otra parte, las inversiones estadunidenses en China ascienden ya a 57 mil millones de dólares, según consignan US Census Bureau, Fondo Monetario Internacional, Sipri y la Agencia Internacional de Energía.
A pesar de las rivalidades pasadas y recientes, se están dando los pasos para que China y Estados Unidos abran ahora un diálogo que pretende una remodelación del mundo, más de acuerdo con la visión y los intereses de las nuevas superpotencias que otra que pudiera haber sido más de acuerdo con los demás países industrializados, por ejemplo con la Unión Europea.
Sin ningún rubor, en este siglo XXI estamos presenciando hechos verdaderamente asombrosos, por lo que no debe sorprendernos la postura anunciada por el presidente Barack Obama, cuya llegada a la Casa Blanca junto con Hillary Clinton, su secretaria de Estado, representa un hecho inusitado que señala también un cambio importante en las características de la sociedad estadunidense.
Se ha anunciado, por lo pronto, una agenda común que comprenda la proliferación nuclear, el cambio climático, la crisis financiera y el terrorismo, asuntos todos de gran importancia para todo el planeta, incluido, por supuesto, México.
En los temas a tratar se juega el futuro de la humanidad, pero China y Estados Unidos tienen ahora, en este diálogo estratégico, la última palabra en esta inusitada alianza.