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Caritas in veritate y las encíclicas sociales
U

na encíclica es un documento solemne, dentro de la vida de la Iglesia católica, firmada por el Papa, dirigida a toda la estructura eclesial y todos los fieles del mundo. Habitualmente estas cartas abordan algún aspecto de la doctrina católica y tienen su origen en las epístolas del Nuevo Testamento, constituyendo en la práctica uno de los documentos más importantes en que el Papa esgrime su posición y establece directrices al conjunto de la catolicidad. La encíclica Caritas in veritate (Caridad en la verdad) es la tercera del papa Benedicto XVI en sus cuatro años de pontificado, después de Deus caritas est, de 2006, y Spe salvi, de 2007. Caritas in veritate se inscribe en la tradición de las encíclicas sociales que datan desde el siglo XVII y responden a momentos históricos muy precisos en que la Iglesia, a través del pontífice, fija una posición y puede llegar a establecer líneas de acción. Así tenemos la emblemática encíclica Rerum novarum (1891) firmada por el papa León XIII (1878-1903), que aborda la cuestión obrera en plena revolución industrial, desde la perspectiva católica. Cuarenta años después, el papa Aquiles Ratti, Pío XI (1922-1939), redacta la encíclica Quadragesimo annus (1931), que cuestiona la expansión internacional del capital financiero y advierte riesgos de conflagración entre las naciones europeas, así como llama a fortalecer un dispositivo social cristiano, la llamada Acción Católica, estrategia que perseguía alcanzar vía la acción de los laicos organizados una mayor incidencia cultural, política y gremial.

En los años 60, Angello Roncalli, Juan XXIII (1958-1963), redacta su encíclica Mater et magistra (1961), registrando nuevos aspectos de cuestión social de una realidad internacional cada vez más interdependiente; advierte la creciente brecha entre los países pobres y ricos, el rezago alarmante de las sociedades y regiones agrarias (no olvidemos el origen humilde y campesino de la familia Roncalli en Bérgamo). Juan XXIII hace un llamado a las naciones ricas a cooperar con las pobres, invita a los cristianos a comprometerse temporalmente en nuevos campos, particularmente en actividades de desarrollo económico. De hecho, ésta es la primera encíclica de alcance mundial, abandona parcialmente la eurocentralidad de los discursos pontificios y se empieza a abordar cierta problemática de los países del sur. En ese sentido ubicamos la encíclica Pacem in Terris (1963), donde Juan XXIII hace un llamado a la paz, condenando la carrera armamentista del mundo bipolar de la posguerra, y advierte de la amenaza apocalíptica de la guerra nuclear. En esta tradición, con una mayor vocación internacional, situamos las aportaciones de Giovanni Batista Montini, Paulo VI (1963-1978), quien abordó por primera vez en la historia moderna del pontificado el problema del desarrollo y del atraso en el tercer mundo con su encíclica Populorum progressio (1967), en la que cuestiona la inequitativa distribución de la riqueza, la explotación, la violación de los derechos humanos, el racismo, etcétera. Siguiendo la obra del dominico francés L. J. Lebret (Economie et humanisme), el Papa plantea la urgencia de un desarrollo integral, del peligro de una confrontación Norte-Sur, haciendo célebre el eslogan: el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.

Cada encíclica social es hija del momento histórico y de la manera en que la Iglesia encara esa realidad. Está aún pendiente una evaluación a fondo de las referencias sociales de Juan Pablo II (1978-2005), porque no sólo se cuentan diversas cartas encíclicas sino los numerosos mensajes, homilías y discursos sociales de uno de los pontífices más activos. Sólo retomamos una, la encíclica Centesimus annus (que conmemora los cien años de la Rerum novarum); es una reflexión desde la antropología católica de las implicaciones mundiales de la caída del Muro de Berlín en 1989 y la crisis del marxismo, demostrando el compromiso imposible entre marxismo y cristianismo, pero también toma distancia del capitalismo salvaje. La Caritas in veritate, el reciente texto de Benedicto XVI, se inscribe mucho más en continuidad con este texto de Karol Wojtyla. Su principal interlocutor es la globalización; realiza un diagnóstico antropológico de las consecuencias de la actual crisis internacional así como de las secuelas negativas en la civilización actual. Sin embargo, las lecturas en el laberinto católico suelen ser tan disímiles que parece se leen textos diferentes. Por una lado tenemos a Leonardo Boff, quien no oculta su decepción por un texto muy amplio en el que el Papa es el maestro, no el profeta; el maestro que busca correcciones y no cambios profundos. Boff sentencia: “Al leer el texto, largo y pesado, acabamos pensando: ¡qué bien le vendría al Papa actual un poco de marxismo!… Es un discurso reproductor del sistema imperante, que hace sufrir a todos, especialmente a los pobres. No es cuestión de que Benedicto XVI lo quiera o no lo quiera, sino de la lógica estructural de su discurso magisterial. Por renunciar a un análisis crítico serio, paga un alto precio en ineficacia teórica y práctica. No innova, repite”. Mientras, Manuel Gómez Granados, director del Imdosoc, desde otra óptica, exalta: Parece que estamos escuchando a un hombre de izquierda que critica directa y duramente las prácticas del capitalismo salvaje. Sin embargo, no es así... El Papa va más allá porque exige justicia, respeto a la dignidad de toda persona humana y sus derechos, entre los que está el desarrollo, respeto a la vida en todas sus etapas y formas. El documento es revolucionario, es una abierta crítica a un sistema económico carente de valores (Excélsior 11/06/09). Benedicto XVI ha abierto una enorme puerta para que los obispos mexicanos se inspiren en este texto y respondan en materia social, con un discurso más cuajado y con mayor lucidez a la actual circunstancia mexicana. Hay condiciones objetivas para una buena recepción.