a crisis ofrece la posibilidad de evaluar el desempeño de los gobernantes, a partir de la manera en que la enfrentan y cómo le informan a sus gobernados la naturaleza de las dificultades y los escenarios más probables para el corto y mediano plazos. Los datos sobre la evolución del producto en el segundo trimestre del año indican que la economía mexicana se contrajo en 10.4 por ciento, lo que constituye una caída mucho más dura de la que se esperaba apenas tres meses antes. Para la economía estadunidense el dato para el mismo periodo resultó mucho mejor de lo que se esperaba, indicando una contracción de sólo uno por ciento.
Obama comentó que pese a las buenas nuevas no podía pensarse que los problemas habían pasado y que incluso podían requerirse medidas adicionales para consolidar la recuperación. Calderón, en cambio, pese a la desastrosa cifra, ha planteado que lo peor de la crisis ya pasó y que, además, lo que su gobierno hizo fue oportuno, para que el daño económico no fuera mayor. Calderón piensa que si dice que las cosas van bien, aunque evidentemente sea falso, le creeremos. Obama, en contraste, plantea con realismo el estado de la situación y alerta sobre bajar la guardia.
El gobierno mexicano sostiene su planteamiento en que se crearon entre junio y julio 32 mil puestos de trabajo, lo que constituye una señal positiva que, junto con los resultados en la bolsa y el aumento de 4 por ciento en las exportaciones, mostraría que la crisis está terminando. En realidad, según los datos que aparecen en la página de la Secretaría del Trabajo, entre junio y julio no se crearon 32 mil empleos, sino 19 mil 366; efectivamente, los empleos temporales aumentaron en 27 mil 763, pero los permanentes se redujeron en 8 mil 397. El dato duro es que los empleos permanentes siguen perdiéndose.
En la economía estadunidense los desempleados llegan a 7 millones 400 mil personas. Este dato es preciso, ya que proviene de los reclamos hechos para cobrar los beneficios por desempleo. No se trata, como en México, de aquellos que buscaron empleo de tiempo completo y no lo encontraron y que, además, no recibieron ninguna remuneración por algún tipo de trabajo. Con claridad el gobierno de ese país plantea que tras el fin de la contracción productiva pasarán meses para que el empleo empiece a recuperarse y se abran nuevos puestos de trabajo.
Los riesgos en aquel país son importantes. Los precios de la vivienda han empezado a mostrar ciertos indicios de recuperación, que si se revierten provocaría que la recuperación económica se perdiera, la confianza de los consumidores e inversionistas sigue siendo baja, lo que significa que la demanda no se ha recuperado. En nuestro caso, los riesgos son evidentes: el volumen de crudo que exportamos ha estado cayendo y lo seguirá haciendo, de modo que aunque se recuperase ligeramente el precio, los ingresos probablemente caerán. Las remesas seguirán disminuyendo a un ritmo cada vez mayor.
Para todos los analistas, el desempeño de la economía mexicana es decepcionante. La OCDE señaló que en los últimos 20 años, 11 gobernados por el PRI y otros nueve por el PAN, ha ocurrido un fracaso industrial y un lento avance en los indicadores de bienestar. El Centro de Estudios del Sector Privado advirtió que los niveles de producción perdidos se recuperarán hasta 2012 y que la economía informal ha crecido hasta representar 63.4 por ciento de los trabajadores. El panorama no ofrece ningún argumento para pensar que lo peor ha pasado.
En realidad, el fracaso económico mexicano no es solamente el de un modelo de desarrollo implantado en los años ochenta. Es también el fracaso de los grupos políticos y económicos que lo han impulsado a toda costa. Es el fracaso del PRI neoliberal, es el fracaso del PAN igualmente neoliberal, el fracaso de los grupos monopólicos es relativo: ellos han ganado, pero el mediocre desempeño económico les limita. Por eso cambiaron de partido en 2000 y por eso lo han hecho ya en 2009.
