os teatros institucionales ofrecieron una única función a escenificaciones de reconocidos teatristas de dos estados, Tamaulipas y Sonora. Es muy bueno que en la capital nos podamos enterar de algo de lo que se hace en materia teatral en los estados (me niego a escribir el interior
que a veces aplicamos a entidades fronterizas, siendo que lo hago desde el interior más interno, si se puede decir, del país que es la ciudad de México) aunque la remota República Teatral no existe más que en el discurso. Estos atisbos y lo que logramos ver en la Muestra Nacional tamizado por los criterios de las direcciones artísticas respectivas, no bastan para hacer un diagnóstico, que tal no es mi intención sino presenciar montajes de directores cuya trayectoria he seguido aunque no por completo.
La coordinación de teatro del INBA invitó a presentarse al tamaulipeco Medardo Treviño y su grupo Tequio que ya nos habían sorprendido con una interesante versión de Apaches de Víctor Hugo Rascón Banda en la Muestra pasada, en que el juego de iluminar casi sólo los pies de los actores daban una impresión inquietante y un tanto sórdida. Treviño prosigue su indagación de lo oscuro y la luz, aunque en esta ocasión no resulte tan lograda y exista un abuso del efecto del humo que llega hasta el patio de butacas afectando a los espectadores, con Falsa crónica de la Historia de la Conquista de México de Miguel Sabido. Con este texto el autor termina su pretendido mural de nuestra historia iniciada con Falsa crónica de Juana la Loca con la que tuvo éxito hace algunos años, pero el actual, que es el otro que conozco, resulta endeble y lamentable.
Es en verdad extraño que tras los largos años que Sabido lleva en el teatro recurra a un expediente tan ingenuo como imaginar una amistad entre la Malinche (Rosy Balderas) y María de Estrada (Larisa López), musulmana conversa y manceba de conquistadores, para que la Malinalli pueda hablar del panteón mexica y narrar su propia historia. Es todavía más infantil pretender que Bernal Díaz del Castillo (Marcos Beas), el narrador, asistió a esas pláticas y todo para hacer convergir las tres religiones en el nacimiento
de nuestra nación, metáfora muy propia para alguna mala producción de teatro escolar. Sería bueno que Medardo cuidara un poco más su trayectoria.
El Instituto Cultural Helénico invitó a dar una única función de su obra Las Enríquez al dramaturgo y director sonorense Sergio Galindo, uno de los más logrados exponentes del buen teatro regional cuya obra Más arriba el cielo se presentó en diferentes escenarios capitalinos, por lo que resulta el más conocido de sus textos sin menoscabo de otros anteriores y posteriores en que el maestro sonorense trabajó lo que se refiere a su norteña región. Como en sus otras obras, en Las Enríquez la anécdota es muy pequeña aunque interesante como crítica social y política que en este caso se rebasa lo regional, a excepción del lenguaje con que el autor se esmera en reproducir el habla de su entidad aun en lo que se refiere a las funciones fisiológicas y las partes del cuerpo que en Las Enríquez tienen inusual relevancia a saber por qué.
La historia de esa espera a la que se somete La Soledad (Melina Rosas) en busca de llegar a la alcadía de su pueblo, repasando el discurso de aceptación por años tras la traición del licenciado politiquero y que es el sustento de la trama, se interrumpe de no muy buena manera con las escenas en que La Toñeta (Eva Lugo) baña su pequeña empleada doméstica Laquetecuento (Lian Arias Laurel) que se salen por completo del tema central y llevan a un bache tras las divertidas escenas de dimes y diretes en que se enfrascan cotidianamente las hermanas. A pesar de la imaginativa escenografía de Osvaldo Sánchez y Paula Martins, el vestuario de Roberto Méndez y la música original de Paulo Sergio Galindo, algo no cuaja del todo esta vez, quizás por la innecesaria escena del baño, a lo mejor porque las dos actrices están muy bien en personajes de su edad pero cuando representan mujeres ancianas caen en estereotipos propios de aficionadas.