nte lo cuestionado de su triunfo y la intensa movilización contra el fraude electoral, Felipe Calderón pretendía conjurar su precaria situación prometiendo un gobierno de coalición. Afianzado en el poder, echó rápidamente por la borda la promesa y conformó un gabinete con individuos que no pudieron siquiera servir de puente para tratar con las fuerzas opositoras. Sus dedazos tan fallidos como su gobierno, la severa derrota sufrida en las elecciones y su comportamiento de presidente del antiguo régimen hacia su partido han convertido a Calderón en un prematuro rey viejo. Las circunstancias podrían obligarlo a sacar del cuarto de los trebejos la idea de un gobierno de coalición. En la práctica se traduciría en un gobierno bipartito con la participación de partidos menores –los más a modo para el gobierno panista– a efecto de que la decoración de estilo plural fuera más convincente.
Sin ese paso, el hundimiento de la nave calderonista sería más expedito y en su vórtice quedaría atrapado Acción Nacional. Para el PRI, si llegara a darse, aceptar esa suerte de cohabitación que ha mantenido de facto con su antigua oposición leal no supondría problema; al contrario. Desde el gabinete podría operar mejor su retorno al poder, que ya da por hecho. Para los verdes –que no ecologistas–, los maestros, los socialdemócratas y cierta izquierda tampoco resultaría muy difícil su participación en tal arreglo. Pero las consecuencias, específicamente para la última, serían negativas en cualquier sentido.
La carrera hacia 2012 se inició el 6 de julio. El PRI fue el vencedor indudable. Imaginemos que repite este triunfo en las próximas elecciones federales. Si también se repite el esquema electoral –dominado por el dinero, la sustitución de las ideas por las imágenes y la oquedad verbal, la guerra sucia en vez de las propuestas políticas, la ausencia de un proyecto nacional con horizontes–, la incógnita del tipo de poder que gestionará el futuro cercano de los mexicanos sólo se despejará por el lado del mismo poder oligárquico que ha sumido al país en la polarización económica y política. No por el lado de los intereses y demandas insatisfechos de la gran mayoría. Sería en buena medida la nuevoleonización de la política.
Detrás del candidato priísta aparecen los poderes fácticos y el poder político-económico de Salinas, convertido en el nuevo jefe máximo del régimen. Como sabemos, el verdadero sentido de las elecciones aparece después de celebradas. Tendríamos en el tiempo poselectoral de 2012 una foto parecida a la del equipo de transición del gobernador electo de Nuevo León en 2009. En el orden acostumbrado: Javier Treviño Cantú, vicepresidente senior (sic) de Comunicación y Asuntos Corporativos de Cemex, egresado de El Colegio de México, con posgrado en Harvard, profesor de la Escuela de Graduados en Administración Pública del Tecnológico de Monterrey, editorialista de El Norte, comentarista de Televisa Monterrey y de Por Hoy, de W Radio. Vidal Garza Cantú, director de la Fundación Femsa, egresado de la UANL, profesor fundador de la Escuela de Graduados en Administración Pública del Tecnológico de Monterrey, con maestría y doctorado de las universidades de Texas y Harvard, especialista en políticas públicas y distribución del ingreso, funcionario del gobierno local en desarrollo social, colaborador de El Norte. Othón Ruiz Montemayor, egresado del Tecnológico de Monterrey, banquero (presidente de la Asociación de Banqueros de México, director de Banorte), director general de Femsa y de su antecesora Visa, fue tesorero del gobierno de Nuevo León y presidente del consejo directivo del Fórum Universal de las Culturas. Otto Granados Roldán, egresado de la UNAM y con un posgrado por El Colegio de México, oficial mayor de la Secretaría de Programación y Presupuesto y director de Comunicación Social de Carlos Salinas, gobernador de Aguascalientes, embajador en Chile, director del Instituto de Administración Pública del Tecnológico de Monterrey. Todos capaces, experimentados, diestros; todos al servicio de la misma elite.
En suma, lo que el grupo Monterrey ha perdido por falta de competitividad en el ámbito de la globalización, lo gana políticamente en alianza con el presidente que declaró hallarse más a gusto en Nuevo León que en otra parte del país –el centro, sobre todo– durante el proceso poselectoral de 1988.
No fue a esa elite a la que el priísta Rodrigo Medina de la Cruz debió su triunfo en términos de sufragios emitidos, sino a los estratos más pobres del electorado (menos de 25 por ciento del padrón). ¿Cómo entonces es que empieza a ejercer su poder no sólo lejos, sino en oposición a sus intereses?
Dentro de tres años puede haber un PRI triunfante del que el candidato panista podrá decir que su victoria fue moralmente inaceptable, como declaró Fernando Elizondo tras los comicios de los que emergió ganador el candidato tricolor, pero que no explique por qué ni haga otra cosa que desborde las impugnaciones de los abogados del blanquiazul. Habrá, como las hay en Nuevo León, sospechas en la repartición del poder: por ejemplo, que varios de los municipios más importantes (San Nicolás de los Garza, San Pedro y Monterrey) hayan quedado en manos del PAN y la gubernatura en las del PRI. A ese grado de avance en el voto diferenciado podría suponerse que ha llegado el electorado nuevoleonés. En otra interpretación más realista el supuesto es diferente: la existencia de una distribución concertada del poder.
Se repetiría el apoyo del poderoso bloque norteño de la Conago. Y también la tonificación del poder vertical que ha mostrado en el interior de los estados donde gobiernan sus miembros.
No faltarían los candidatos independientes que compitieran en la contienda por los colores de un partido, como lo hizo Tatiana Clouthier por la alcaldía de San Pedro bajo la sombrilla del Partido Nueva Alianza ni que, como ella, con toda su buena intención, le hicieran gordillo el caldo a la maestra, a su promotor y al sistema bicéfalo generador de desigualdad, pobreza, raquitismo institucional, militarismo, criminalidad, corrupción e impunidad.
En la medida que la izquierda resulte debilitada por esa misma elite y sus pares a través del duopolio televisivo y otros medios de comunicación y de grandes inversiones electorales, y no menos por sus propias fracturas internas, la consolidación del bipartidismo de derecha será fruto de sutilezas tan finas como las registradas en Nuevo León.
Falta mucho para 2012 y tan poco. El experimento nuevoleonés podría repetirse, mutatis mutandis, si en el PRI no aparece un caballo negro (o del género opuesto). Y también si la izquierda no rebasa a sus adversarios por la izquierda misma.