esulta imposible hablar de María Teresa Pecanins –Tere– sin hablar de toda la familia Pecanins –el fabuloso clan de las Pecas– y de su ópera magna: la Galería Pecanins. Inaugurada en México en 1964, y con una réplica española –catalana, para ser más precisos– abierta en 1972, la vida de Tere Pecanins estuvo íntimamente entreverada con la de los principales artistas –pintores y escultores, sí, pero también escritores, músicos, cineastas– mexicanos y avecindados en México de los pasados 50 años en nuestro país.
Se dice fácil, pero estamos hablando de toda una riquísima vida. Emblema de lo que es una aproximación al arte que nunca privilegió el dinero sino el arte mismo, Tere, como todas las Pecanins, no aceptó nunca verse limitada a una sola dimensión en su quehacer cotidiano. Y es que esta auténtica colmena de las artes llamada las Pecanins puede mostrar, sin alarde alguno, extraordinarios logros, lo mismo en la promoción y difusión del arte contemporáneo –una galería sostenida contra viento, marea, crisis y sexenios a lo largo de 45 años–, que logros en muy distintas artes: baste pensar en los inconfundibles collages, cajas e instalaciones de Yani Pecanins, hija de Tere –o en las preciosas y juguetonas cajas de Montse, la mayor de las Pecas– o en las conmovedoras pinturas de Montserrat Aleix, la abuela proverbial; o en la música –toda la trayectoria de Betsy Pecanins– o en las incursiones en el cine y la televisión de la misma Tere, de Marissa y de la Beba y, desde luego, de Walter Doehner, la única mancha
de adrenalina pura del clan… Hoy que Tere se ha ido queda un enorme hueco en esta constelación irremplazable en la cultura en México.
Envío desde aquí –haciéndome eco de la dedicatoria en aquel dibujo que les enviara Tàpies hace muchos años para agradecerles su primera muestra de obra gráfica en México– 400 abrazos a las hermanas Pecanins
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