ecuperar y transformar la tradición de los cine clubes. Durante la Segunda Conferencia Mundial del Cineclubismo, realizada esta semana en el Museo Carrillo Gil y en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, durante cuatro días y en nueve mesas de trabajo, se discutió la coordinación de esfuerzos para impulsar políticas culturales que ofrezcan, en el terreno audiovisual, contrapesos a la hegemonía de la oferta estadunidense. Esto implica específicamente la difusión de cine independiente en nuevos circuitos de exhibición alternativa. De todos es conocido que desde la firma del tratado de libre comercio de 1994 la desaparición de las salas de cine populares y su remplazo por complejos cinematográficos, equipados con la tecnología más avanzada, limitó el acceso a los nuevos cines a amplias capas de la población, volviendo la exhibición un privilegio de las elites.
El cine tuvo como punto de partida ser ante todo una mercancía, un negocio rentable que disponía, para su expansión idónea, de toda una infraestructura capaz de crear en los públicos las necesidades nuevas: un entretenimiento a la medida, diseñado principalmente por las grandes empresas estadunidenses, que en lo sucesivo controlarían, de modo virtualmente exclusivo, la casi totalidad del circuito de exhibiciones. Esto trajo como consecuencia una programación dominada en 90 por ciento por los productos estadunidenses y el arrinconamiento progresivo de una cinematografía local que en la década pasada llegó a producir un promedio de 33 películas, con su punto más bajo en 1988 de sólo ocho estrenos. Actualmente el cine mexicano se precia de haber multiplicado aquel volumen de producciones (hasta alcanzar 60 cintas por año), pero es incapaz de sostener en el mercado lo que produce. De esos trabajos, sólo consiguen estrenarse la mitad, y 80 por ciento de esa mitad lo hace en condiciones deplorables: con una o dos semanas en cartelera, en horarios desventajosos y salas alejadas del circuito más redituable. La mayoría de los estrenos nacionales coinciden casi siempre con otro de alguna superproducción hollywoodense que los eclipsa y desplaza a la periferia, cuando no inhibe por completo su salida. En consecuencia, y a pesar de su pretendida bonanza, la producción anual de cintas locales sólo es vista por 8 millones de los mexicanos
(Víctor Ugalde, revista Toma, número 4).
La buena noticia es que ante este panorama sombrío se afianza la vigorosa respuesta de una cinefilia en busca de un entretenimiento de calidad, deseosa de encontrarlo no sólo en el circuito comercial, sino también en la red de exhibiciones alternativas, que con nombres diversos hacen las veces de nuevos cine clubes. Su público ofrece un perfil distinto al de aquel cinéfilo que en los años 70 del siglo pasado fatigaba las butacas de las salas de arte de Alatriste, las del Centro Universitario Cultural, las del IFAL y las del Cine Debate Popular, y que esperaba ansiosamente el ritual anual de la Reseña Internacional de Cine.
Con el paso del tiempo, aquel público nómada supo aclimatarse y aprovechar las ventajas de las nuevas tecnologías y de la masificación del video, y hoy se provee culposa o animadamente de novedades en el circuito de la piratería o a través de descargas en la red cibernética. A ese cinéfilo de la vieja escuela, velozmente modernizado, la cartelera comercial le queda ya chica, así pretenda ésta engalanarse con su patrocinio al cine de arte y ofrecer a cuentagotas premios de consolación al cinéfilo agobiado por la enésima transfiguración de Harry Potter. Hay también una multitud de cinéfilos muy jóvenes con los que ahora se busca revitalizar la vieja tradición del cineclubismo. Entre los propósitos más apremiantes de los programadores de cine alternativo, figura el de vencer los restos de apatía en un espectador muy al tanto de la crisis y de la terquedad del credo neoliberal, proponiéndole las estrategias de una resistencia cultural efectiva. Es un hecho incontestable: los nuevos públicos prefieren ya el espacio doméstico para ver cine, por razones económicas, pero también por la enorme variedad en las opciones de entretenimiento. Ese público que hoy abandona las salas de cine para abandonarse al sedentario goce del video, es el mismo que mañana puede ser capturado para ese goce comunitario que sigue siendo la frecuentación de un cine club.