l 26 de agosto habrá menos semaforistas en las calles mexicanas que el 27 de agosto. Los semaforistas son una de las mejores credenciales del fracaso de los gobiernos mexicanos. Son el producto de la ineptitud de la casi totalidad de los políticos mexicanos. He escrito acerca de los semaforistas en más de una ocasión. En ocasiones unas líneas; otras veces, unos párrafos. Incluso, he incluido una definición, por supuesto, arbitraria, acerca de ellos en el Diccionario de las infamias del ser humano.
Semaforista. Habitante del antes llamado tercer mundo que sobrevive alrededor de los semáforos de las grandes ciudades y que retrasa su muerte por lo que ahí vende. La mayoría es producto del desempleo, fruto de la rapacidad de políticos y retrato del fracaso de políticas neoliberales.
Regreso el 26 de agosto de 2009 a los semaforistas. Imposible no hacerlo. Han aumentado en número. Se ha incrementado en los semáforos la oferta de productos y de servicios y se ha diversificado la población que ahí labora. Los semaforistas crecen y se multiplican en forma directamente proporcional a la incapacidad gubernamental de generar empleos y a las necesidades que tienen ellos y sus familias de sobrevivir, y aumentan en forma inversamente proporcional a la ética y al compromiso social de los políticos.
Sobran motivos para reflexionar acerca de ellos. No existe ningún censo acerca de los semaforistas ni figuran en ninguna de las inagotables listas del gobierno mexicano. No están afiliados al IMSS, no son blanco de los intereses del Instituto Federal Electoral, no pertenecen ni al PRI ni al PAN ni al PRD, los políticos no los acarrean ni les ofrecen láminas para construir sus casas o despensas para sobrevivir, no tendrán cartilla de identidad y no forman parte de nada. Así de sencillo. De nada. Para el gobierno son invisibles. Son más desechables incluso que los indígenas, pues son un conglomerado amorfo sin identidad y sin presente. Sólo comparten pasado: el del expolio y el olvido por parte de la nación mexicana. Ahí esta la clave: para el gobierno y para los políticos, sobre todo para los petimetres –la mayoría–, son invisibles.
Es muy probable que no exista un semáforo en las grandes urbes de nuestro país sin semaforistas. Por las calles donde manejo, que son las mismas por donde día a día circulan nuestros políticos, no hay un solo alto sin personas desesperadas que venden y se venden con tal de sobrevivir. No roban, venden. No hurtan, ofrecen sus servicios. Los semaforistas conforman una suerte de paradoja. Contra lo que muchos piensan, no son personas flojas: son seres olvidados por el gobierno. A pesar de eso, del olvido y del desdén, los semaforistas son indispensables para el gobierno: se sostienen por sí mismos, no roban, creo que no matan y, gracias al dinero que ganan, no amenazan más la precaria inestabilidad del gobierno.
Los semaforistas crecen sin cesar. Los gobiernos mexicanos no han sido capaces, ni lo serán, de dignificar sus vidas. No se han responsabilizado por ellos y nunca lo harán. Sería deseable que alguna agencia se encargase de censarlos –de dónde vienen, cuántas personas dependen de ellos y de ellas, cuánto tiempo llevan trabajando en los semáforos, etcétera. Sería también adecuado que alguna fuente informativa se encargase de narrar sus vidas –dónde duermen, dónde defecan, cuánto tiempo les toma llegar al semáforo, qué hacen cuando llueve, qué comen cuando no tuvieron dinero para comprar la caja de chicles que necesitan vender para no morir, etcétera. Ambos instrumentos servirían como material para juzgar al gobierno actual y a los previos.
No exagero. Muchos semaforistas, sobre todo los que acceden a las grandes urbes desde el campo, sobreviven de milagro. Y, a pesar de eso o, más bien, quizás por eso, su presencia favorece al gobierno: son seres invisibles, no forman parte de ninguna de las listas gubernamentales, se mantienen gracias a su oficio, y, al no contar con una historia común, es imposible que se unan para protestar. Si algún estudioso afirmase que al gobierno le conviene la presencia de los semaforistas yo apoyaría su tesis.
El 26 de agosto habrá menos semaforistas que el 27 de agosto. Los políticos, y las políticas mexicanas de ambos días, son casi idénticos. Salvo porque el color de los escudos de los partidos es distinto, la ineptitud y la corrupción de nuestros políticos es casi igual, aunque, existe una diferencia: siempre corremos el riesgo de empeorar.