l formato inicial anunciado para el tercer Informe de gobierno del presidente Calderón anunciaba la crónica de una estrategia de ruptura dirigida a agudizar la propiciada por el panismo en 2005 y convertida en imposición y fractura nacional en 2006 por la coalición que pretende gobernarnos. No sólo se reiteraba la renuncia al tradicional pero indispensable cara a cara en el Congreso, anulando cualquier posibilidad de retomar pronto el diálogo republicano, sino se buscaba poner a los legisladores contra la pared al invitarlos a un discurso presidencial en Palacio Nacional, antes de que el informe ordenado por la Constitución se entregase a la Cámara de Diputados. Como si se tratara de un diálogo en el más allá con Reyes Heroles, el gobierno le asestaba al estratega del reformismo político un rotundo revire: la forma al pozo y el PAN al gozo.
Ya dirán los constitucionalistas si este extraño soliloquio presidencial es una violación más del orden constitucional, pero de lo que no debía caber duda, a pesar de la corrección de la ceremonia, es que el gobierno no teme hacer fintas con una confrontación sin salida y sin el menor cuidado por unas formas de la política cuyo cultivo es indispensable para la evolución democrática. La bravata como estrategia y la exigencia como forma de diálogo.
Mal augurio para lo que viene, en especial cuando las coordenadas de la política económica para el año entrante requieren tratamiento de shock, pero en sentido radicalmente distinto al que se volvió rutina tecnocrática en los años ochenta del siglo pasado.
El PRI puede seguir jugando a la matatena o el nintendo de los estadistas, pero el juego presidencial va por otro lado. No, desde luego, por el de una negociación seria que asuma la gravedad de la situación económica y social, sino por el de una imposición más que se espera aceitar en la cúpula con algunos priístas invitados a cenar y, a los postres, a pontificar sobre los hoyos hacendarios que, de mantenerse como el foco de la acción pública, pueden llevar a un auténtico hoyo negro del que nadie puede saber de antemano cómo se saldrá.
A juzgar por el tono de la tormenta de espot desatada, las altas calificaciones asignadas a Calderón y los fervorines envalentonados de algunos prohombres del lobby empresarial, lo que se quiere implantar de una vez es un ajuste draconiano contra el ingreso y el consumo, que afectaría gravemente a una población ya dañada de manera considerable por la desocupación y la caída generalizada del ingreso. Pero esta vez, al parecer, sin al menos buscar vertientes de entendimiento político que pudieran hacer las veces de amortiguadores, aunque fuere simbólicos, para una circunstancia social muy deteriorada.
De acuerdo con el Banco Mundial, la crisis habría incrementado el número de pobres en América Latina en más de ocho millones, tocando a México la distinción de explicar más de la mitad de esa cifra afrentosa. Aún antes de que el receso irrumpiera, el desempeño de la economía iba a la zaga de prácticamente todos los países de la región y el producto por persona era de apenas el 16 por ciento del de Estados Unidos, proporción similar a la registrada hace cincuenta años.
El sentimiento general de desazón, desaliento y pérdida de expectativas, reportado por encuestas menos festivas, refleja las caídas laborales, de ingreso y consumo que afectan a toda la población, pero ahora sobre todo a los más beneficiados por el cambio neoliberal. Es probable que también recoja la constatación de que la desigualdad, la herida que marca nuestra historia, no se ha corregido sino agudizado en los años recientes.
El gobierno puede creer que lo anterior es secular o heredado, y sus corifeos volver a la carga con aquello de los setenta años perdidos del priísmo. Pero lo que no puede hacer es soslayar el cuadro económico y social y apelar a la paciencia o la valentía del pueblo para aferrarse a una política económica y social disparatada y ahora contraria a todo intento sensato de buscar algún entendimiento nacional para encarar el peligro inminente de estallidos sociales de diverso pero letal significado.
La renuncia a los protocolos de la política formal no es el camino para asumir responsable y racionalmente la necesidad de una plataforma de emergencia que abra la puerta a una política constitucional, de grandes reformas, como la que México requiere. Es, más bien, una opción por el vacío, pero poblado de violencia y vocación autodestructiva.