Lunes 7 de septiembre de 2009, p. a42
Media docena de granaderos del Gobierno del Distrito Federal permanecieron ayer bajo el palco del juez de la Plaza México, lo que demuestra que la administración de Marcelo Ebrard sí atiende las quejas de la prensa... extranjera. El lunes pasado, este espacio dio a conocer una denuncia del portal taurino español mundotoro.com, según la cual Ricardo Balderas y Gilberto Ruiz Torrez, jueces también del embudo de Mixcoac, no se atreven a presidir los festejos por temor a ser agredidos por el personal de la empresa
de Rafael Herrerías. Ello, añadía la nota, debido a que la policía capitalina no los protege.
Pues bien, eso cambió ayer, durante la séptima función de la temporada chica, en la que sin embargo repitió por tercer domingo consecutivo el juez Eduardo Delgado, que volvió a comportarse como sirviente del empresario.
¿Pruebas?
Decretó un ridículo arrastre lento para el segundo de la tarde –que no fue ni de lejos el mejor del bravo encierro enviado por la ganadería de El Grullo– y premió con una inmerecida oreja la faena de la debutante yucateca Lupita López, cuyo único mérito en toda la lidia fue realizar un extraordinario quite por verónicas al estilo Procuna y... punto.
El resto de su labor consistió en torear al público, aprovechando su carismática personalidad, para que le aplaudieran una faena muleteril hueca y aburrida. Nada que ver con el arte, la afición y la clase que derrochó Hilda Tenorio en su regreso a la plaza más grande de la avenida Insurgentes. Después de cuatro largos años de disciplina y perseverancia para recuperarse completamente de sus lesiones en los meniscos, la michoacana cubrió los tres tercios, deslumbró a tirios y troyanos con su interpretación de la zapopina y templó hondos y sentidos muletazos por el lado derecho, sin redondear sin embargo ninguna de sus dos emocionantes faenas, y perdiendo por desgracia los apéndices al fallar con el acero ante su segundo enemigo.
Elizabeth Moreno, por su parte, no se vio ni muy puesta ni muy creativa ante el primero de su lote, pero el chubasco que cayó mientras lidiada a su segundo la llenó de aplomo y le permitió torear con un sentimiento muy especial, que transmitió a los vacíos y ensopados tendidos. Además, el ejemplar que le tocó en suerte era de una calidad soberbia y terminó cortándole una oreja, después de estoquearlo en todo lo alto y verlo agonizar dramáticamente a medida que arreciaba el diluvio. La gente salió con ganas de pedir que Herrerías repita el cartel.