impático, desenvuelto y de buena presencia física, el afamado publicista y promotor Juan Navarro (1951-2009) amistó con varios artistas, críticos de arte, curadores y gente de museos.
Empecé a tratarlo como integrante de la Sociedad de Amigos del Museo de Arte Moderno y luego como testigo de otras actividades que llevó a cabo. Fue coleccionista y se ocupó en organizar ferias de arte, entre otras la del WTC Artfest, que evidenció su poder de convocatoria. Igualmente intervino en la versión 2007 de la Bienal de Venecia, que le acarreó sinsabores con todo y la participación del talentoso Rafael Lozano-Hemmer, a quien Navarro conoció en Puebla.
Lamentablemente el hecho se ensombreció con la muerte accidental del curador Príamo, una auténtica tragedia veneciana.
Quienes por periodos fuimos cercanos a Juan Navarro, diestro como administrador y organizador, desconocíamos sus incursiones en la plástica, que acabó por practicar con cierta asiduidad durante la última etapa de su vida. Esto ocurrió sobre todo a partir de que se le disgnosticó un cáncer que, contra lo que él mismo pensaba, desgraciadamente resultó terminal. Su deceso, hace pocos meses, ocurrió en Roma.
En nuestra capital abrió una agencia publicitaria que mantuvo impacto durante su tiempo de vigencia. Fue dueño de la hermosa casa porfiriana ahora ocupada por la representación del gobierno de Quintana Roo en la avenida Álvaro Obregón, a unos pasos de la mayormente enjundiosa Casa Lamm.
Así como su muerte, que mucho sentimos, fue sorpresiva, también lo fue la exposición póstuma de sus pinturas y gráficas exhibidas en Casa Lamm, cuya galería ha albergado obra de artistas como Manuel Álvarez Bravo, Sergio Hernández y Demián Flores, entre muchos otros. No es que se objete el homenaje a su memoria, pero sí la índole del mismo, porque crea confusión.
La propia Germaine Gómez Haro, autora de la entrevista recogida en 2008, que aparece publicada en el catálogo correspondiente, denota entre líneas su propia dificultad en asumirlo como pintor. No, no todos somos artistas; lo que quiso decir Joseph Beuys es que todos los humanos somos sujetos de creatividad.
Cabe comentar que algunos de los goteos y grafismos de Navarro, por bien entelados y enmarcados que se presentaron, ofrecen poquísima diferencia con productos que actualmente practican niños de escuelas primarias avanzadas, adiestrados por sus maestros de trabajos manuales (podría demostrarlo, si se me requiriera).
Digo esto, no con afán de menoscabar la trayectoria del fallecido, cuyos logros en diversos ámbitos bastan para guardarle grato recuerdo.
Con buenas dosis de ingenuidad, manifestó a su entrevistadora su adhesión a la abstracción: “(...) realicé algunos trabajos sobre papel algodón y tinta. Todas estas obras se encuentran en casas de familiares (…) Mi deseo consistía en plasmar una armonía estética sin tocar el soporte, algo así como una técnica aérea”. El dripping vino como consecuencia.
En tan sólo un año reuní toda la obra (que habría de exhibirse), correspondiendo a ese llamado interno lleno de luz y de vida.
Actitud legítima y conmovedora, ejemplo de vitalidad ante la enfermedad, pero desde mi punto de vista la exhibición en el ámbito donde se cursan estudios avanzados y legitimados de historia del arte acarrea malentendidos. Hay ilustradores, hay pintores si se quiere emergentes
, de larga o mediana trayectoria, que viven de su trabajo, como hay fotógrafas que aspirarían a mostrar sus imágenes en ese contexto que por logística cronológica y disposición de espacios no es de fácil acceso.
La práctica del arte como un llamado
no es un sucedáneo o un bálsamo; tampoco, en la gran mayoría de los casos, la extensión complaciente de otras actividades. Es una tarea ardua que requiere conceptos, trabajo y entrenamiento consistente.
Se advirtió que quienes aceptaron a Navarro en ese espacio prestigiado respondieron con benevolencia al afán de un sujeto que desarrolló catarsis, obteniendo quizá, de cuando en vez, algún resultado que pudiera calificarse de satisfactorio. El consabido y chocantísimo dicho esto lo puede hacer mi hijo pequeño
, encontrado con frecuencia en las libretas de los museos en las que los asistentes vierten sus comentarios, en esta ocasión resultó ad hoc.