uis Ayhllón es un joven dramaturgo –también director– que cuenta con una sólida trayectoria y tiene varios premios en su haber. Como suele ocurrir con los creadores, su quehacer presenta altibajos, pero son más los elementos positivos, sobre todo en la escritura, y una constante, que lo aleja un tanto de la dramaturgia intimista de muchos miembros de su generación, es el retrato de la sociedad urbana a veces llevado al grado de grandes metáforas. Junto al también teatrista Alfonso Cárcamo ideó el Proyecto Salas de Espera que llevaba el arte escénico a los más insólitos espacios ante un sorprendido público y ambos son parte del Colectivo Escénico Seres Comunes. Con este breve preámbulo –que no presentación porque creo que Ayhllón no la requiere– espero establecer el esbozo de un joven teatrista comprometido socialmente.
Partida, su más reciente texto, sigue las líneas, tanto de la experimentación dramatúrgica como de explorar la realidad así sea mediante una metáfora, que el autor se ha trazado en su obra. En el espacio de una oficina que se ha vaciado de presencia y movimiento de empleados –salvo dos– como producto de la crisis económica mundial, el autor plantea un claro caso de abuso de poder en el marco de una sociedad cada vez más competitiva, casi caníbal, agudizada por el temor al desempleo que padecen tantas personas en esta época. El juego del gato en que se regodea el jefe Mendieta con sus dos ratones, Zúñiga y Lucas va marcando el fin de una amistad mediante la traición de ambos oficinistas desesperados.
Las delaciones, las falsas confesiones de Zúñiga y Lucas en sus obsecuentes comparecencias individuales ante Mendieta están dosificadas hasta llegar a lo más abyecto mientras los encuentros de ambos personajes en lo que podrían ser los pasillos del edificio muestran una falsa amistad que vela el antagonismo de que son presas. El final es sorpresivo en un giro situacional y los personajes dejan ver resquicios de su vida personal, nunca aclarados, mediante conversaciones telefónicas que dan fe de un doloroso problema doméstico en Zúñiga y de un enredo amoroso en Lucas. Asimismo, la extraña conversación de Mendieta en que habla de un experimento resulta muy inquietante en ese contexto, pero tampoco se nos brinda una real explicación. Estos chispazos de otro mundo ajeno a la oficina es un buen recurso del autor para que podamos entrever personas tras el ropaje de empleados aduanales que muestran en todo momento, aun en los que el viejo Zúñiga admite su alcoholismo.
En un espacio diseñado en forma de herradura por Mario Eduardo D’León, quien también ilumina, totalmente desierto a excepción de unos manchados bancos de plástico y un sillón giratorio de oficina con extravagante cobertura, que muestra simbólicamente la desolación de una oficina a punto de quebrar y el casi constante sonido de un teléfono al que ya nadie contesta remarcan esa sensación de algo abandonado y a punto de tener término en contraste con la ropa formal y hasta elegante que lucen los tres personajes. Ayhllón, quien dirige su texto, sienta en el sillón giratorio a Mendieta y sus subalternos tomarán un banco para sentarse ante él, o el mismo Mendieta se sienta en un extremo en las escenas en que no interviene, todos tomando los bancos o dejándolos en su lugar, excepto el sillón del jefe que no se mueve. Este rejuego va dando los equivalentes de la acción dramática, rompiendo la monotonía de las comparecencias, al mismo tiempo que marca diferentes lugares de la acción escénica.
El trazo del director sólo considera las butacas de los lados del escenario, por lo que yo le sugeriría que eliminara el tramo frente al sillón del jefe en donde la visión no es siempre clara. Para su bien y el del público, cuenta con tres muy buenos actores, Miguel Flores contenido y conmovedor como Zúñiga, Juan Carlos Vives expansivo en su falsa jovialidad como Mendieta y Alfonso Cárcamo con un pequeño toque de lujuria como Lucas.
Termino disculpándome con Haydeé Boetto por no haber mencionado su autoría de los muñecos en mi nota acerca de Los sueños de Paco.