oronto, 14 de septiembre. Ya se comentaba al inicio del festival que uno de los puntos fuertes de Toronto es su ecléctica diversidad. Uno puede saltar de función en función cambiando de género, registro, tono, intención e incluso mercado, de una manera que resulta refrescante y ayuda a paliar el efecto acumulativo. (No es como Cannes, donde la manera casi monotemática con la que se apuesta por el cine de autor lleva a una especie de saturación; este año, por ejemplo, la gente se quejaba de una sensación reinante de violencia y tremendismo.)
Entre las curiosidades del programa de Toronto está haber reunido a dos de los directores de mayor edad y en activo del mundo: el portugués Manoel de Oliveira y el francés Alain Resnais. El primero viajó a México en octubre del año pasado, para estar presente en el Congreso Iberoamericano, y luego se regresó a su país para filmar Singularidades de uma rapariga loura (Excentricidades de una chica rubia), justo a tiempo para festejar sus primeros cien años de vida en pleno rodaje. No es sólo admirable que alguien alcance esa edad con la suficiente energía y lucidez para dirigir una película, sino que se mantenga tan joven.
De apenas hora y pico de duración, se trata de una de las más encantadoras creaciones de De Oliveira, una sencilla anécdota sobre las decepciones del amor, enmarcada en un homenaje al arte lusitano (la película está basada en un relato de Eca de Queiroz, a quien está dedicada).
Ya elogiada en Cannes –y premiada con el consolatorio reconocimiento a toda la carrera de Resnais– Les herbes folles (La yerba salvaje) sigue una narrativa libre y caprichosa cuando un padre de familia (André Dussollier) se empeña en conocer a la dueña (Sabine Azéma) de una cartera que él ha encontrado al azar. La película puede admirarse tan sólo por la sabiduría de la puesta en escena, la forma en que el cineasta –un muchachón de 87, en contraste con De Oliveira– domina la imagen cinematográfica y juega con ella a su gusto.
Para limpiar el paladar (o ensuciarlo un poco, si se quiere) puede uno optar por la nueva aportación de George A. Romero a la saga de los Muertos vivientes. Titulada Survival of the Dead (Supervivencia de los muertos), es la primera muestra de que el también veterano realizador quizá debería dejar por la paz el tema que patentó que se ha vuelto uno de los más constantes en el cine de horror moderno. Ahora la acción se sitúa en una isla donde, a manera de western, se libra una guerra entre dos clanes de origen irlandés; uno de ellos intenta preservar a los zombis con la esperanza de que éstos cambien su dieta caníbal; el otro sólo quiere volarles los sesos. A la muy desordenada mezcla se suma una unidad militar (con mexicano incluido, al que llaman Cisco). Está bien que Romero prefiera seguir trabajando con presupuestos modestos, pero ¿por qué contrata tan malos actores? Por una vez, el autor ha descendido al nivel de sus imitadores.
También puede uno toparse con sorpresas como The Dissapearance of Alice Creed (La desaparición de Alice Creed), opera prima del británico J. Blakeson. Al estilo de las obras de teatro de Anthony Shaffer en los años 70, la intriga se centra en sólo tres personajes: la hija distanciada de un millonario y sus dos secuestradores. Con habilidad, el director y guionista va generando varias –y creíbles– vueltas de tuerca, conforme se revela el carácter de las relaciones que unen al trío. Salvo el inicio y el final, todo transcurre en un departamento y es considerable mérito de Blakeson que nunca se sienta teatral, ni tampoco afloje la tensión dramática. Por supuesto, su nombre queda como interesante promesa. A saber si logra sostener una carrera larga y fructífera como De Oliveira o Resnais, cosa rara, o si se desinfla como tantos otros en cuanto Hollywood lo asimile.