Jueves de contrastes en Donceles y Allende
La sorpresa que no fue, de los panistas
odríamos decir que el tercer informe de gobierno de Marcelo Ebrard fue un acto para tocar tierra. Sí, el mandatario capitalino convocó a todos: políticos y ciudadanos, pobres y ricos, jóvenes y viejos a luchar para impedir que se cumpla la política pública en contra de la ciudad, y de todo el país. En síntesis, declaró la guerra contra el proyecto de pobreza y recesión que propone Felipe Calderón.
También tocó tierra el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, quien fue recibido, faltando 15 minutos para la una de la tarde, media cuadra antes de la entrada al edificio de la Asamblea Legislativa, con una silbatina unánime –la de los cinco toques– por la gente que se había congregado en esa calle para escuchar el informe del jefe de Gobierno, que lo acompañó hasta el cruce con Allende, donde la voz de un hombre viejo silenció con su fuerza todas las protestas. Aquel viejo, de tez morena y pelo encanecido, le gritó con todo su coraje, una y otra vez: ¡asesino... asesino!
, y luego, con todos los adjetivos que encontró, insultó al máximo orgullo del gobernador: su copete, y de ahí a la familia.
La calle siempre será diferente a los escenarios de televisión. Aquí las palabras carecen de maquillaje, son como son. Nadie le pidió un autógrafo, ni uno solo le solicitó que posara para la foto. La cara sonriente de Peña Nieto, la que siempre muestra ante las cámaras, mostraba un gesto de contrariedad imposible de ocultar, aun cuando un bloque de guaruras lo rodeaba y lo protegía de las posibles fotografías indiscretas. Peña Nieto tocaba tierra.
Adentro, en el recinto de Donceles, algunas verdades tomaban su lugar. En la bancada panista se insistía en que el PRD había cambiado el formato del informe y que, debido a ello, Ebrard no se sujetaría al tira-tira de las preguntas y respuestas, pero no tardó en salir el peine.
El formato se cambió porque los azules del PAN pretendían que Ebrard se escondiera, que no diera la cara a los legisladores, es decir, que se ajustara a las formas que dictó Felipe Calderón. Insistían los panistas en que ésa debería ser la forma, mientras en el PRD se planteaba que la comparencia del jefe de Gobierno se diera como ya se había hecho costumbre, es decir, con los cuestionamientos de los legisladores y las respuestas del funcionario. A la discrepancia le encontró salida el PRI, Joel Ayala, para ser exactos.
El priísta propuso, y se aceptó al final, que el jefe de Gobierno sólo escuchara la postura de cada partido, en voz de sus coordinadores, y luego rindiera su informe, así que sin más ideas que discutir unos y otros accedieron a la forma en la que esta vez Marcelo Ebrard expuso los logros y preocupaciones de su administración.
La expectación por la sorpresa
con la que la pariente de la esposa de Felipe Calderón había amenazado a Ebrard no llegó. Así, la sorpresa fue que no hubo sorpresa. Por el contrario, Mariana Gómez del Campo, que así se llama la familiar de la cónyuge del hombre que habita en Los Pinos, se quejó, con mucho coraje, de todos los males que ha traído el gobierno federal al país. Pobreza, inseguridad, falta de servicios, sólo que todo eso lo refirió a la administración de la ciudad de México, con ese dejo de cinismo que nada más los azules pueden usar como discurso.
Total, que ayer al mediodía, en el Centro Histórico de la ciudad de México, se supo que ahora más que nunca los gobierno federal y del DF están alejados, que son tan diferentes como el agua y el aceite, como Blue Demon y el Santo, como Batman y el Guasón, o como la izquierda y la derecha. ¡Que así sea!
De pasadita
En Tláhuac, el naufragio del gobierno delegacional que está por concluir es inminente. Los signos de descomposición social se muestran, una vez más. La noche de ayer los ejidatarios del lugar tenían cercado el edificio de gobierno luego de la muerte de uno de los suyos. El asunto se ha ido complicando y no hay gobierno que pueda solucionarlo.¡Qué barbaridad!