n sabio que no sabe qué hacer consigo mismo.

Un sabio que no sabe sino nada hacer consigo mismo.

Un poeta que habla para que la palabra sea oída y, si se puede, escuchada.

Un actor que descubre su propio personaje, descubriéndose, desprotegiéndose.

Un actor al que le pesa su propio personaje, el de diario.

Un poeta que escribe para no escuchar que no es poeta.

Un poeta que escribe para aplaudirse, que escribe aplausos, no palabras.

Un bailarín que sabe de aritmética, no de geometría.

Un arquitecto que no nos hace habitar música, o el universo, ya en austeridad, ya como si desbordado, de la música.

Un admirador que admira para ser admirado, por de esa manera sentirse en el camino, cuando no en el lugar, de lo que admira.

En mi familia había los pobres pero decentes y los pobres pero alegres; siempre preferí a estos últimos.

No hay dones, hay compromisos.

No hay arte que sepa de nosotros lo que no sabe de sí, ni, me parece, viceversa.

La mentira no es danzable.

Hacer que los demás crean que tú eres, sin averiguarlo, lo que crees, es entre que imposición y conformismo, entre que voluntarismo y falta de carácter.

El autoengaño es danzable, pero no a profundidad.

Lo correcto en el sentido de lo social, o socialmente validado; lo correcto en el sentido del sentido.

La perfección de los santos, todos los santos lo saben, es imperfecta.

No dejarse impresionar por el espectáculo, que tiende a ser aparatoso, a provocar respuesta, no diálogo; abrirse a la comunicación, que si no siempre es sencilla, suele partir de la sencillez.

Si te doy un hueso de aguacate es probable que me digas: –¿Y esto para qué lo quiero? –Siémbralo y verás.

El arte es una verdad sensible; pensable, por supuesto, pero en segunda instancia: ante todo sensible. De qué tan profundamente hiera la sensibilidad dependerá qué tanto deberá una determinada obra ser pensada. Lo que se piensa es: ¿cómo es que hace (tanto) sentir, como es que (siendo el caso) no deja de hacer sentir?