El plato lleno
l golpe de Estado en Honduras complicó aún más la ya de por sí saturada agenda del presidente Barack Obama en los planos doméstico e internacional. En el primer caso destacan la cada vez más complicada aprobación del plan de salud, la renuencia de los magnates financieros para entender la necesidad de poner freno a sus desmedidas ambiciones, la restructuración del mercado inmobiliario y el persistente aumento del desempleo. En el segundo, la decisión de aumentar o disminuir tropas en Afganistán, el proceso de lograr la paz en Medio Oriente, los programas nucleares de Corea del Norte e Irán, y la necesidad de detener el calentamiento del planeta. En todos y cada uno de estos temas hay controversias no sólo con los republicanos, sino incluso con sus propios compañeros de partido.
Su agenda está saturada de asuntos que pueden determinar el rumbo que tome su gobierno en los próximos años. O, como él coloquialmente lo definiera, su plato está lleno
. El golpe de Estado que la oligarquía hondureña propinó al presidente Manuel Zelaya complica aún más esa agenda. Los países del orbe han manifestado su rechazo al gobierno de facto en Honduras y han exigido el restablecimiento de la normalidad democrática en ese país. El gobierno del presidente Obama también se ha manifestado en ese sentido, aunque como lo ha dicho el propio presidente Zelaya, en forma tibia
y sin llevar a fondo las sanciones al régimen del señor Micheletti. Si esa tibieza
está determinada por la convicción de Obama de cortar de tajo con la política intervencionista de la administración Bush y evitar sanciones que lastiman a la población que se pretende apoyar, es algo que debiera quedar explícito en las declaraciones del Departamento de Estado.
No se descarta que algunos grupos ligados con la fracción anticastrista residente en Miami ejerzan su influencia en el Congreso y en algunos sectores del actual gobierno, particularmente en el Departamento de Estado, para evitar que el gobierno estadunidense presione más firmemente a los golpistas. Son los mismos que han acusado al presidente Zelaya de simpatizar con Cuba y Venezuela y han justificado el golpe de Estado.
El hecho es que, más allá de la disputa en torno a la actitud del gobierno de Obama con respecto a los golpistas hondureños, la pregunta que se hacen quienes ven con preocupación esta escalada conservadora en su contra es: ¿cuánto más resistirá la guerra abierta que desde la derecha se le ha declarado? Tal vez es tiempo de que el presidente estadunidense concrete sus promesas, aun sin el consenso de quienes, por una u otra razón, nunca estarán de acuerdo con cambiar el estado actual de cosas.