erta Müller se preguntaba en el texto La muerte, la cárcel o los niños
, publicado en 1988, por qué al dictador Nicolás Ceausescu le interesaba el crecimiento acelerado de la población. Por qué sólo permitía abortar a mujeres con más de cinco hijos o mayores de 45 años. Por qué Ceausescu se hacía llamar el padre de todos los niños
, como se les recordaba, todos los días, a los pequeños en las escuelas rumanas.
¿Cuál era el sentido de multiplicar la población en un país miserable? ¿Por qué esta locura? ¿Por la proximidad de una guerra? No, nos dice Müller: porque la vida precaria es un requisito previo para tener una gran población de sujetos y no una pequeña nación de ciudadanos. Para ella la pobreza, la miseria, es un instrumento al servicio de la opresión, similar al espionaje y al analfabetismo funcional en un régimen totalitario. Sólo así pudo entender por qué el interés del dictador por aumentar la tasa de natalidad, que sólo en un año, a raíz de la prohibición del aborto en 1966, pasó de 14 a 27 por ciento.
En estos días en los que las leyes que penalizan el aborto se multiplican en los estados de nuestro país (ya van 16); días en que un PRI laico
, liberal
, miembro de la Internacional Socialista y dirigido por una mujer que se ha dicho cercana a las causas de las mujeres, pacta con los sectores neofascistas del PAN para penalizar el aborto, convendría acercarse a las novelas de Herta Müller, premio Nobel de Literatura 2009.
Convendría porque la escritora rumano-alemana describe muy bien la vida menuda de una dictadura de izquierda
que, por paradójico que parezca, es la vida a la que aparentemente aspira el PAN si nos atenemos a su constante lucha contra los derechos de la mujer.
Müller no es una escritora de denuncia: es una autora que no puede evitar, ni quiere, que la vida vivida impregne sus páginas. Eso ocurre, sin duda, en sus relatos de En tierras bajas y El hombre es un gran faisán en el mundo. Libros que no son autobiográficos en sentido estricto, pero la vida de opresión padecida por la escritora bajo la dictadura rumana tensa sus páginas.
Müller ha dicho que ella aprendió a vivir en la escritura y en los libros, y que el genio que existe en los cuentos, novelas y poemas de los grandes autores nos permite ver, en historias distintas a la nuestra, las emociones que atraviesan nuestros días y delinean el perfil de nuestro rostro.
Son terriblemente verdaderas, sin embargo, las viñetas periodísticas que ofreció Müller de la dictadura de Ceausescu en el referido texto de 1988: mujeres sometidas a revisiones ginecológicas obligatorias, abortos clandestinos de alto riesgo, espías en los hospitales, falta de una educación sexual, prohibición de anticonceptivos, la multiplicación de orfanatos que servirían para formar cuadros para los servicios de inteligencia, maestros obligados a enseñar a su alumnos que es un gran honor ser madre bajo cualquier circunstancia, doctores premiados por mantener embarazos aunque se tratara de seres con malformaciones.
Para Müller la escritura es una forma de vida, un recurso para ampliarla. Si los dictadores caribeños de García Márquez le ayudaron a ella a entender la dictadura que vivió en Rumania, tal vez la terrible vida que permea en sus relatos y en sus textos periodísticos nos permita reconocer la que afanosamente algunos políticos intentan, al parecer, imponer en nuestro país.