n una ceremonia que intenta volverse costumbre en el cambio de mando, el ex gobernador Natividad González Parás descolgó de su oficina un retrato de José María Parás Ballesteros, el primer gobernador de la época independiente caracterizado por su empeño en elevar las condiciones de vida de los habitantes del reciente estado libre y soberano a través de la educación. A su vez, Rodrigo Medina de la Cruz, quien minutos antes había rendido protesta como nuevo gobernador de Nuevo León, colocó en el mismo espacio el retrato de un joven y terso Bernardo Reyes, general y gobernador del estado: cabal vida paralela a la del presidente y dictador Porfirio Díaz.
Bernardo Reyes fue el benefactor de la generación de empresarios con la cual se inicia el proceso de industrialización del que Monterrey fue su impelente. Hasta nuestros días, los industriales regiomontanos lo tienen como modelo de gobernante. En tanto protagonista clave de ese proceso, Díaz lo nombró ministro de Guerra y Marina. Sus iniciativas le crearon enemigos en el círculo de los científicos y otros allegados a Díaz, y sus críticas fueron bienvenidas por éste. El poder despótico y sus servidores no toleran otras iniciativas que no sean las dictadas por quien lo detenta. Y Reyes debió dejar el puesto. Regresó a Nuevo León para continuar al frente de su gobierno.
La historia negra de Bernardo Reyes se inicia en ese momento. Intenta ganarse el crédito perdido con Díaz publicando en 1903 una biografía laudatoria del dictador: El general Porfirio Díaz. Como subrayado de la ruptura que se había producido, Díaz manda recoger la edición completa del libro. El significado de este acto lo interpretó con agudeza Rodolfo Reyes, el hijo mayor del general: Díaz nada quería de él, ni el aplauso
(De mi vida. Memorias políticas).
El mismo año de 1903 hubo elecciones en Nuevo León. Inseguro de su situación política, Reyes se propuso relegirse a cualquier precio. Y no dudó en reprimir sangrientamente a la oposición. Ricardo Flores Magón (El Hijo del Ahuizote) y Adolfo Duclós Salinas (México pacificado) escribieron páginas sagitales denunciando la masacre. Los poderes fácticos del estado, como en otras nefastas ocasiones, sostuvieron a su hombre.
En 1909 se agotó el poder de Reyes y aceptó el exilio elegante de un cargo diplomático en Europa.
Tras su breve exilio europeo inició una serie de actos que ensombrecieron más aún su biografía. En San Antonio, Texas, según una nota del New York Times (noviembre 15 de 1911), fue arrestado bajo los cargos de preparar una expedición militar en contra del gobierno de México. Se le dejó en libertad bajo caución de 5 mil dólares, pero fue vuelto a aprehender en Linares, Nuevo León, por las autoridades mexicanas. Puesto en prisión y condenado a muerte, junto con Félix Díaz, uno de los conjurados de la embajada estadunidense para derrocar a Francisco I. Madero, dejó el penal militar de Santiago Tlatelolco indultado por el propio presidente para luego, en un acto de auténtica traición, levantarse en armas en su contra. Como se sabe, aunque la etiqueta de Decena Trágica no deja de ocultar el significado del golpe de Estado, cae enceguecido por el poder bajo la metralla frente al Palacio Nacional.
Cada una de las acciones de Bernardo Reyes negaron, a partir de 1903, ciertos valores sobre los cuales escribió un texto titulado Conversaciones militares, una suerte de código de ética militar: moralidad, dignidad, honor, deber, fidelidad, discreción, clemencia.
No es fácil entender cómo el nuevo gobernador Medina de la Cruz escogió tener como imagen de gobierno al general enérgico e impulsor de la industria nuevoleonesa, sí, padre de Alfonso Reyes, nuestro gran escritor, sí, y constructor del palacio de gobierno, sí; pero también al individuo represivo, antidemocrático, contrarrevolucionario y golpista que fue Bernardo Reyes.
Son las situaciones límite las que definen a los hombres.
Con la figura de ese personaje sucede igual que con la de Santiago Vidaurri. Fue un traidor a la patria con todas las letras y ya se le tiene museo y estatua –entre públicos y privados– en la ciudad de Lampazos. La elite regiomontana confunde hombres fuertes y sedientos de poder hasta la ignominia con personajes dignos de ocupar espacios públicos.
Acaso por esa razón, la democracia, con excepción del perímetro estricto de las elecciones –y ello porque los dos partidos dominantes, el PAN y el PRI, se reparten la riqueza y el poder disponibles– no ha arraigado en las prácticas de la sociedad nuevoleonesa. Una muestra pequeña pero significativa. De 20 opiniones de editorialistas de El Norte respecto de la agenda de Medina de la Cruz, sólo en una, la de Sergio Elías Gutiérrez, se menciona a la democracia: será preciso inaugurar nuevas formas de ejercer el poder y un adelanto democrático
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En el discurso de toma de protesta del gobernador Medina no aparece la palabra democracia ni sus derivados, salvo por implicación. Omitirlo sería insidioso. Consigno algunas de sus frases: “…tengo la convicción de que la política no se reduce a la disputa electoral, sino que se funda en el ejercicio cotidiano de principios, de valores y de ideas que respondan al sentir ciudadano, a las necesidades de los que menos tienen, y a la visión de un destino común para todos (…) No olvidemos, en nuestro interior, que nuestra superación individual depende de nuestra superación colectiva (…) Lo expresé en campaña y lo ratifico hoy: gobernaré para todos, sin distinción de clases, creencias o partidos (…) Sin embargo, estaré especialmente cerca de los grupos económicamente más vulnerables; aquellos que más requieren de un gobierno que escuche y actúe, que sea sensible y que atienda con puntualidad sus demandas.”
No lejos de donde las pronunció se encuentra, por fortuna, una nueva referencia del panteón cívico de los nuevoleoneses: la plaza Fray Servando Teresa de Mier integrada a la Explanada de los Héroes, y una escultura monumental del prócer de la Independencia. Fue una de las últimas obras del anterior gobierno encabezado por Natividad González Parás.