esde que se presentó El autobús del dramaturgo y novelista suizo Lukas Bärfuss en lectura dramatizada durante el primer Ciclo de Teatro Germano Contemporáneo, Carlos Corona tuvo el gran deseo de llevar la obra a escena de manera formal, lo que ahora realiza bajo el patrocinio del INBA. El texto de Bärfuss obtuvo un importante premio en su país natal en 2005, siendo una de las varias preseas que ha obtenido el autor, uno de los más reconocidos en Suiza y en los países de habla alemana, aunque su presencia ya irradia hacia muchos lados, por lo que es de celebrarse que el director nos lo dé a conocer en México.
El autobús es una especie de gran parábola que encierra más preguntas que respuestas. En principio se puede ver como un cuestionamiento hacia los excesos de la fe y el destructor fanatismo, pero también pone de relieve los temores y el egoísmo de ese grupo de personas que van en el autobús turístico de Hermann hacia un hospital de desintoxicación de la montaña y que los orilla a cerrar los ojos, cuando no a ser cómplices, de las atrocidades que se cometen –o se planean cometer– contra la indefensa Erika, como ese Karl que resulta un antiguo conocido de la joven, pero que no la auxiliará sino al contrario, apoyará al chofer en su designio. Los personajes son extraños, pero quizás el más extraño sea Hermann con su ferocidad y el egocentrismo que demuestra en bautizar a su transporte con su propio nombre y llevar como amuleto, e incluso a regalar alguna como señal de aprecio, unas toscas efigies talladas en madera que según él son su retrato, y el hecho posterior de que se deshaga del que pende de su cuello y el momento en que lo hace entraña un gran simbolismo.
Hermann, como dueño del autobús, aparece como dueño también del destino de sus pasajeros, a los que somete por temor, en un planteamiento metafórico de las arbitrariedades del poder (de las que los mexicanos actuales tenemos sobrados ejemplos). Ésa, y la falta de solidaridad extrema de los seres humanos cuando está en crisis su seguridad, es una de las vías por las que discurre la obra. La otra es la ya mencionada de los excesos de la fe, que se muestra como la más importante en este texto no exento de humor negro y en el que nadie pone en duda que un ángel se le haya aparecido a Erika para conminarla a viajar a Czestochowa al altar de la virgen negra polaca con la amenaza de que si no llega a tiempo a festejar su día algo terrible ocurrirá. Bärfuss extrema su ironía hasta dejar la duda de esa aparición, que muy bien pudo ser demoníaca –Luzbel alguna vez fue ángel– y si su profecía se cumplió finalmente. Es una obra plena de posibilidades de interpretación.
Los diferentes espacios en donde ocurren los sucesos se resuelven con la escenografía de Isabella Roch y el director Carlos Corona –que también son responsables del vestuario– consistente en un autobús muy bien sugerido por los asientos colocados en escalones y dos faros que se encienden y apagan. El piso, con un mapa pintado de la supuesta ruta del transporte, contiene dos troncos con que se sugiere el bosque y cuando uno de ellos es cubierto por un tambo, se sabe que estamos en la gasolinería. Aparte la escena final, la del refugio de peregrinos, que el director solventa con gran imaginación y ahorro de recursos. La iluminación de Mario Eduardo d’León contribuye a crear las atmósferas que el excelente trazo del director requiere. Corona confirma que es uno de los mejores directores de su generación y que se apoya en el desempeño de sus actores.
Hermann es encarnado estupendamente por Hernán Mendoza con la amplia gama de matices que el personaje requiere, desde la fiereza y ciertos dejos de perdonavidas hasta la boba beatería. Violeta Sarmiento también logra las transiciones de Erika. Carmen Ramos dobla muy bien los roles de Jasmín, la egoísta viajera que fuma a pesar de su tanque de oxígeno y el de la piadosa peregrina. Carlos Orozco encarna al ebrio Antón sin exagerar sus gestos de borracho y Jacobo Lieberman –responsable de la música junto con el director– es un odioso Karl, mientras Yliana Cohen representa a la también egoísta Gorda y Miguel Ángel Vázquez emite carraspeos y gritos como el Sr. Kramer.