e gustaría tomarse un café con Miguel Hidalgo o con Porfirio Díaz, o quizá con Iturbide, y preguntarles aquello que no cuentan los libros de historia? Con esta idea la editorial Grijalbo invitó a 19 autores a platicar con distintos protagonistas de los movimientos independentista y revolucionario quienes, para conmemorar el bicentenario y el centenario de ambas gestas, se bajan de los pedestales y dan su visión personal de los hechos históricos.
Yo tuve el privilegio de entrevistar a Josefa Ortiz de Domínguez, en su casa de la calle del Indio Triste, hoy del Carmen, en el corazón del Centro Histórico. Es de todos conocido el incidente del encierro forzado al que la obligó su cónyuge, el corregidor de Querétaro don Miguel Domínguez, al ser descubierta la conspiración de la que ambos eran parte y la manera en que, desafiando la prohibición marital, se las ingenió para mandar avisar al cura Miguel Hidalgo para que comenzara de inmediato el movimiento de Independencia. Sin esta audaz acción posiblemente la gesta libertaria hubiera tardado muchos años más en iniciarse.
¿Pero que sucedió después con ella? Sentadas en la acogedora sala donde pintaba y tejía, me platicó que al comprobarse su participación en la conjura y su persistencia en apoyar a los Insurgentes, pasó cinco años de encierros en conventos de Querétaro y de la ciudad de México. En ese año de 1810 estaba esperando su decimocuarto hijo y aun así, en avanzado estado de gravidez fue recluida en el convento de Santa Clara, del que fue liberada para dar a luz. Sin que esto disminuyese un ápice su fervor libertario, combinó la crianza de la criatura con la función de informante de los independentistas.
Esto se descubrió y se le trasladó a la capital del país, manteniéndola incomunicada en la institución religiosa de Santa Teresa la Antigua, en donde permaneció varios años, hasta que su salud se vio severamente menguada, siendo trasladada al convento de Santa Catalina de Siena.
Finalmente fue liberada ya convertida en una heroína, papel que nunca aceptó, pues veía como deber de cualquier ciudadano que amaba su país luchar por su liberación. En su casa de la calle del Indio Triste organizó reuniones con las logias masónicas, donde se agrupaban las mentes liberales de la época. Así fue toda su vida, una lucha constante por defender sus convicciones, siempre basadas en el interés y amor por su país, sin importarle los riesgos o el precio que tuviera que pagar, como lo mostró al enfrentar los encierros y el poder imperial y presidencial. A lo largo de varias charlas conocí su vida cotidiana, anécdotas, sus pasiones, gustos y preocupaciones, degusté una exquisita olla podrida
y viví la ciudad de México de esa época.
Esta sabrosa colección de Grijalbo nos acerca de manera amena, sin perder rigor histórico, a los personajes de nuestras gestas libertarias, en las plumas, entre otros de José N. Iturriaga, coordinador de la colección, Vicente Quirarte, Froylán López Narváez, Guadalupe Loaeza, Miguel González Avelar, Patricia Galeana y Pedro Ángel Palou.
El libro lo vamos a presentar Eduardo Matos, María Luisa La China Mendoza, José Rogelio Álvarez y la autora de estas líneas el próximo jueves 29 de octubre, en la Biblioteca Mexicana de la Fundación Miguel Alemán, que está situada en Rubén Darío 187, cerca del Museo de Antropología, a las 18 horas. Cada 15 días se van a presentar los distintos libros.
Después de brindar con la copita que gentilmente ofrece la fundación, que dirige con eficacia Alejandro Carrillo Castro, autor de la charla con Venustiano Carranza, iremos a degustar una rica cenita en el restaurante El Bajío, que se ubica en Alejandro Dumas 7, con la misma deliciosa comida mexicana que ofrece desde hace décadas Carmen Degollado Titita, en su Bajío de Azcapotzalco. El extraviado a la veracruzana es una joya gastronómica y no deje de admirar la decoración con piezas bellísimas de arte popular.