Parque Vía
ías sin huella de un hombre solo. Beto trabaja como sirviente desde hace 30 años en la misma casa en la avenida Parque Vía de la ciudad de México. Esta avenida, esta casa, es prácticamente toda la extensión del mundo que conoce, y que desea conocer. Su rutina es idéntica cada mañana, excepto que desde hace algún tiempo la casa ha quedado sola, sin la dueña que ahora vive en otra parte, en espera de vender la propiedad, guardando al criado fiel como velador sumido en faenas repetitivas, casi sin sentido. En poco tiempo, Beto será un desempleado más en la urbe que los multiplica exponencialmente. Un desempleado casi sexagenario, con los ahorros acumulados y la prima de un despido forzado, que durarán un tiempo y que no evitarán la zozobra final que de algún modo ya avizora.
Parque Vía es el primer largometraje del español Enrique Rivero, avecindado en México la mitad de su vida, ingeniero industrial egresado de la Universidad Anáhuac, cineasta por sorpresiva elección y asistente de realización a los 29 años de su compatriota Pedro Aguilera (La influencia, 2005). El relato minimalista que hace de la vida diaria de Beto (Nolberto Coria) se emparenta no sólo con la apuesta formal de Aguilera, sino también con la de los mexicanos Carlos Reygadas (Batalla en el cielo), Amat Escalante (Sangre) y, sobre todo, Rubén Ímaz (Familia Tortuga). Hay también ecos del documental de Yulene Olaizola (Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo). Hay una apuesta similar por recurrir a actores no profesionales, allegados a la familia del cineasta o inclusive parientes directos, y una construcción dramática con narrativa lineal, planos secuencia y espacios vacíos, de progresión monótona y tono seco, que paulatinamente desemboca en una situación de crisis doméstica o en un acto irracional, próximo a la nota roja.
En Parque Vía abundan las notas humorísticas, con personajes secundarios tan notables como la puntual y desenfadada Lupe (Nancy Orozco), amiga, cómplice y visitadora sexual de Beto. Pero es el propio Nolberto Coria quien muestra el desempeño más redondo como hombre taciturno e impenetrable, habitado por sentimientos contradictorios. Sin proponérselo tal vez, Enrique Rivero ofrece en este retrato de desolación humana uno de los mejores barómetros del clima social que prevalece en el país que filma. En su película concentra la incertidumbre de voluntades y destinos sin metas ni asideros sólidos, sumidos en el desánimo, al borde de un estallido impredecible. Beto errando en una casa deshabitada, con los restos de un lujo inútil, pegado a la televisión donde contempla en silencio los reportes de la violencia cotidiana, es una imagen perturbadora, matizada únicamente por la ternura e inocencia elemental que el cineasta consigue capturar en muchos de sus gestos. Una película estupenda.