Sindicalistas ofrecen liquidar con 3 pesos al presidente del desempleo
Jueves 12 de noviembre de 2009, p. 7
¡Foto, foto!
, pedían los trabajadores electricistas, y al paso de cada vehículo una artista plástica ponía delante de los conductores el esqueleto de una televisión y los reporteros gráficos acribillaban la imagen con los múltiples clics de sus cámaras, bajo el clamor general de ¡muera Televisa!
. Automóviles, microbuses y patrullas pasaban así por esta aduana
en el puente de Marina Nacional que se eleva sobre el Circuito Interior. Abajo, como lo hacían desde las ocho de la mañana, miles de afiliados al Sindicato Mexicano de Electricistas seguían coreando con el puño en alto: ¡esmé, esmé, esmé!
En esos momentos hablaba en el templete Karen Quiroga, diputada local perredista por Iztapalapa, que en nombre de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal condenaba la fulgurante decisión de la Suprema Corte que, en menos de 24 horas, rechazó la petición de controversia constitucional formulada por los legisladores capitalinos contra el decreto extinguidor de la empresa distribuidora de energía eléctrica en el corazón del país.
Gaseados en la México-Cuernavaca
Eran casi las 10 de la mañana, el sol brillaba con fuerza, pero cada ráfaga de viento helaba la piel. Antes de Karen había tomado la palabra Martín Esparza, dirigente del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), para denunciar el ataque a bombazos de gas lacrimógeno de la Policía Federal contra quienes bloqueaban la carretera México-Cuernavaca. Y después de una muy larga pausa, debida a un apagón en las calles donde se efectuaba el mitin, Gerardo Fernández Noroña y Porfirio Muñoz Ledo, diputados federales del PT, habían reiterado la solidaridad del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador con la lucha de los electricistas.
Desde el puente se apreciaba cómo, en los patios traseros de Luz y Fuerza, los soldados azules de la Policía Federal viven en blancos y elegantes campamentos, que algo tienen de carpas de plástico para banquetes de boda en un jardín. La mayoría de los uniformados permanecía oculta del sol y de los mirones que atestaban el puente. Pero en las azoteas del edificio resplandecían los bucles de los alambres de púas, que le conferían al edificio aspecto de cárcel o campo de concentración.
A un kilómetro de allí, hacia Insurgentes, ante la torre de Teléfonos de México, estaba reunida otra muchedumbre de sindicalistas, aquellos que desde abril de 1976 dirige Francisco Hernández Juárez, quien hoy por hoy usa un extraño tinte capilar que le hace despedir destellos azules en las cejas. Los telefonistas acababan de iniciar una falta colectiva
de 24 horas, para unirse al primer ensayo de paro cívico nacional, no sólo contra el decreto extinguidor de Calderón sino, como dijo Martín Esparza, contra la brutal agresión a la economía popular que significa el paquete fiscal recién aprobado por PRI y PAN en el Congreso.
Para decepción de algunas reporteras que llevaban su kit antimotines
–limones, trapos y Coca-Cola para menguar el efecto de gases lacrimógenos–, la anunciada recuperación
de las instalaciones de Luz y Fuerza se redujo a un pacífico mitin, que cerró durante media hora el tráfico del Circuito Interior en ambos sentidos, y permitió la repetición de las nuevas consignas de esta lucha, cada vez más rabiosas y agresivas, como las cartulinas que maldicen en todos los tonos a Calderón, le exigen que renuncie y pase a cobrar una liquidación de tres pesos
por su desempeño como presidente del desempleo
.
Cuando el mitin terminó, los electricistas se dirigieron a la torre de los telefonistas y celebraron una segunda tanda de discursos. Luego continuaron hacia su sindicato, en Antonio Caso e Insurgentes, pero al llegar por Sullivan a la explanada del Monumento a la Madre, Martín Esparza propuso una escala y, acompañado por los miembros del comité central del SME, y de un grupo como de 500 afiliados, se sentó a platicar con todos y a replantear las acciones previstas para el resto de la mañana.
Entre todos, por ejemplo, concluyeron que no era conveniente llevar a cabo la marcha del Ángel a Los Pinos, porque antes de la casona contigua al bosque y zoológico de Chapultepec había como 5 mil granaderos
y no se descartaba la irrupción de provocadores deseosos de desatar la violencia. Pero como no se trataba de matar el tiempo hasta la hora de la marcha hacia el Zócalo, los dirigentes sugirieron que distintos grupos de sindicalistas se distribuyeran por Reforma, para hacer ruido
.
Y así fue. De Sullivan se trasladaron –gritando ¡esmé, esmé!
todo el tiempo– a la avenida evocadora de los Campos Elíseos, y se detuvieron ante el flamante edificio de la Procuraduría General de la República, mientras los granaderos del Gobierno del Distrito Federal –en ausencia de Marcelo Ebrard, que ayer viajó a Boston, y bajo la torpe batuta del secretario de Gobierno, José Angel Ávila– corrían a resguardar la entrada con sus toletes, escudos y cascos, en lo que otro destacamento gorilesco se desplegaba ante la Bolsa de Valores.
Luego, se encaminaron a la embajada de Estados Unidos, donde la presencia policiaca era mínima. Alguien gritó: ¡Ya vamos llegando y Obama está temblando!
, pero nadie lo secundó. Media hora después, ante la sede de la Comisión Federal de Electricidad, la etapa matutina del primer ensayo de paro cívico llegó a su fin, mientras el sol continuaba asando a quienes sin embargo temblaban de frío en cuanto soplaba el aire.