Bienvenido a Woodstock
ienvenido a Woodstock (Taking Woodstock), la cinta más reciente del realizador taiwanés Ang Lee (La tormenta de hielo, El tigre y el dragón), explora a partir del libro autobiográfico homónimo de Elliot Tiber, la aventura de un hombre muy ligado al surgimiento simbólico de una generación entera. En lugar de recrear panorámicamente el desarrollo del festival concentra su atención en la personalidad de Elliot, hombre radicado en Manhattan, de profesión decorador de interiores, que para rescatar a sus padres de la quiebra se traslada al cercano pueblo de Bethel, para rentar el motel familiar desvencijado al joven productor Michael Lang (Jonathan Groft) y negociando también la utilización de un inmenso terreno donde tiene lugar en agosto de 1969 el máximo festival de rock de la historia, con la asistencia de medio millón de hijos de la contracultura.
Ang Lee rinde así un tributo inusual al acto capturado en Woodstock (1970), el estupendo documental de Michael Wadleigh que incluye la preparación del festival y momentos musicales de antología. Lo que propone ahora es una mirada intimista al acto, desde la perspectiva de Elliot Tiber (Demetri Martin), con las peripecias de organización y el impacto que el festival y su multitud entusiasta tuvieron en su vida privada y en la de sus padres, emigrados judíos rusos. Con anterioridad, Lee había explorado historias de familias, conflictos culturales y atisbos a un despertar sexual en Comer, beber y amar y en El banquete de bodas. Esta vez el festival es el catalizador de una liberación personal y de una crisis doméstica. Un magnífico telón de fondo para una historia muy ordinaria que el guionista James Schamus presenta con múltiples cabos sueltos y personajes sin mayor complejidad dramática. El personaje central es gay, o descubre en el festival su homosexualidad, pero el hecho apenas tiene trascendencia en la trama. Sorprende la ausencia de intensidad dramática en el director de Secreto en la montaña (Brokeback mountain), o la ingenuidad de ese inefable viaje en ácido, muy en deuda con la estética pop del musical A través del universo, de Julie Taymor. Los personajes que pueblan el Woodstock de Ang Lee pretenden ser emblemáticos y terminan siendo caricaturas, son tan insustanciales como la metáfora marítima que remplaza a las multitudes, o los ecos de una música que jamás prende porque se juzgó innecesario incluirla de modo significativo. Al elegir tomar la parte por el todo, se ofrece un festival musical sin música. Para algunos esto es toda una revelación; para muchos otros un mal viaje. Algo se desprende de la investigación que hizo el director de los hechos: en el festival habría participado sólo un porcentaje ínfimo de hippies verdaderos; el resto, la inmensa mayoría, habrían sido jóvenes navegando entre el convencionalismo moral y la protesta pacifista, jóvenes como el propio Ang Lee o Elliot Tiber. De ahí la opción por una película de corte intimista.