n los últimos 250 años la generación de gases de efecto invernadero asociada a la revolución industrial llegó a cambiar la composición química de la atmósfera. El proceso de calentamiento global es el resultado. Hoy que el problema ha sido plenamente identificado, el capitalismo no ha titubeado. Fiel a su esencia, se ha aprovechado para generar un nuevo espacio de rentabilidad. No importa que después ya no quede nadie para contar el dinero.
Para tomar ventaja de este nuevo espacio de rentabilidad, el capital busca crear un nuevo mercado de carbono, basado en una privatización de facto y retroactiva de la atmósfera. Se trata de crear derechos comerciales sobre la atmósfera para aquellos que generaron el problema: a las industrias emisoras de gases de efecto invernadero (GEI) se les asigna una cuota permitida de emisiones. La diferencia entre sus emisiones reales y el tope de la cuota puede ser vendido en el mercado de carbono a las empresas que exceden su cuota.
Esto equivale a privatizar los derechos a contaminar un espacio que antes no tenía dueño. Se podría haber generado un régimen jurídico que declarara a la atmósfera patrimonio común de la humanidad, con una autoridad regulatoria y un sistema de gestión comunitario (internacional). Ese sistema podría permitir reducciones de emisiones más rápidas. Pero no. En el delirio neoliberal se prefirió la privatización y seguir la canción anacrónica de las ventajas de los mecanismos de mercado. El Protocolo de Kyoto ya consagra esta privatización de la atmósfera con sus esquemas de mercado de carbono y los mal llamados mecanismos de desarrollo limpio. Y adivinen quién fue uno de los principales promotores para incorporarlos en ese tratado: nada menos que el campeón del medio ambiente y premio Nobel Al Gore.
Las mercancías en el mercado de carbono son las cuotas permitidas de emisiones de GEI. Ahora el problema es determinar su precio. Si las cuotas son muy generosas al principio, habrá una súper abundancia de la mercancía y el precio será muy bajo. No habrá ningún incentivo para venderla en el nuevo mercado y, por lo mismo, tampoco habrá un incentivo para reducir las emisiones. Desde esa perspectiva, se busca que las cuotas permitidas sean lo suficientemente bajas para ir creando algo de escasez y asegurar un precio adecuado para la nueva mercancía.
Ese balance ha sido muy problemático en el principal mercado de cuotas permitidas de emisiones de GEI. En efecto, cuando arrancó el sistema de comercio de derechos de emisión en la Unión Europea (EU ETS, por sus siglas en inglés) se asignaron cuotas permitidas en demasía. Y por supuesto, tal y como lo exige el esquema del mercado de carbono, las cuotas más importantes se asignaron a los principales contaminadores: el sector de generación de energía eléctrica, la industria siderúrgica, las refinerías, la extracción de crudo y las industrias de cemento, química y de papel.
La sobreabundancia de cuotas permitidas se convirtió en un obstáculo para el buen funcionamiento del mercado de carbono porque el precio de la tonelada de carbono se desplomó. En realidad, la llamada primera etapa
del mercado europeo de carbono fracasó porque el reparto de cuotas permitidas fue ultra generoso.
De hecho, las emisiones de GEI en el entorno del mercado europeo no se han reducido. Se puede decir que se necesita más tiempo. Pero para que se puedan obtener resultados se necesitará ajustar significativamente las cuotas permitidas hacia abajo. Habrá que ver si las presiones de la industria sobre parlamentos y gobiernos lo permiten. La experiencia histórica no alimenta el optimismo. De todos modos, el mercado de carbono seguirá siendo un sistema de incentivos para la especulación y para posponer la transformación estructural que la emergencia del calentamiento global demanda.
Otro componente del mercado de carbono se encuentra en los esquemas de desarrollo limpio. En este caso, las emisiones de GEI de un agente en un país industrializado pueden compensarse con proyectos de reducción de emisiones o de captura de carbono en otros países, en especial en los países no industrializados. Éste es un mecanismo lleno de problemas, pero las presiones para que se mantenga en el acuerdo sucesor del Protocolo de Kyoto son enormes. Y la razón es sencilla: los certificados de reducción de emisiones constituyen otro jugoso filón del mercado mundial de carbono.
Cuando se observa que Goldman Sachs, Morgan Stanley, Merril Lynch (Bank of America), Deutsche Bank, BNP Paribas y otras instituciones que nos dieron la mega-crisis económica y financiera global que todavía sufrimos han establecido ramas especiales para sacar provecho del mercado de carbono, hay que comenzar a preocuparse. Es evidencia de que las oportunidades para crear espacios de valorización del capital nunca se desperdician. Y el problema del calentamiento global no es una excepción. ¿Que el futuro de la biósfera está en juego? ¡Qué importa! Para el capital el delirio de la ganancia infinita es más grande que la muerte del planeta.
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