on este lema, una amplia coalición de organizaciones sociales y políticas están convocando a la movilización en el contexto de la Cumbre sobre el Cambio Climático organizada por la ONU, la COP15, en la capital de Dinamarca. Según muchos, la protesta de Copenhague será la prueba de fuego para medir la fuerza y la madurez del movimiento otrora antiglobalización.
Dicha madurez se medirá en la capacidad de imponer en el debate público el nuevo enfoque que está permeando en el movimiento: no una pura e inocente ética ecologista, sino la conciencia de que el tema ambiental es hoy día central, ineluctable y que de él, quizás, se derivan todos los demás (guerra, hambre, pobreza, trabajo, migración, etcétera). Es un salto conceptual notable, antideológico y que encuentra sus razones en algunas consideraciones. La primera tiene que ver con la constatación de que el actual modelo productivo capitalista sigue promoviendo el crecimiento constante y sin límite; al mismo tiempo, el crecimiento se funda sobre la disminución –ésta sí con límite– de los recursos para dicha producción.
Dicho en otra palabras, el capitalismo en su fase contemporánea trata de fundir dos paradigmas irreconciliables: el de la abundancia y el de la escasez. Por un lado, la abundancia de lo inmaterial, ideas, sensaciones, de lo digital, la abundancia potencial de la cooperación social, puesta a valor por el capital, la abundancia de la vida, última frontera de explotación capitalista; por el otro lado, la escasez de los recursos primarios, las fuentes originarias y naturales sobre las cuales el capitalismo ha fundamentado su propia existencia. El crecimiento económico constante pretende generación sin freno de energía, lo cual, al ritmo presente y con el sistema actual, es prácticamente imposible. De seguir así, es cada día más concreta la posibilidad de que el capitalismo acabe con la vida en el planeta. Entonces, no es un asunto secundario, pues la precariedad climática se convierte en precariedad de la vida misma, en precariedad de la biosfera.
Sin embargo, el capital sigue actuando con su típica arrogancia: insiste en defender el modelo, inclusive cuando pretende hablar de cambio climático. El mercado de los bonos de carbono es el botón de muestra más evidente en este sentido. Pero no es lo único. Si la vida, frente a su propia destrucción está dando muestras claras de rebelión (como son por ejemplo los múltiples desastres naturales), el capital ya está ahí para aplicar lo que Naomi Klein nos explicó que se llama shock therapy, que no es otra cosa que nuevas formas productivas y nuevos dispositivos de comando capitalista encima de la vida. La muestra más reciente de esta tendencia son las declaraciones conjuntas realizadas desde Singapur por los presidentes de Estados Unidos y China, Barack Obama y Hu Jintao, respectivamente: en la próxima cumbre de Copenhague no habrá acuerdos vinculantes; es decir, definitivos acerca del cambio climático.
Quien creía que las cosas habían cambiado y que de la arrogancia de Bush se estaba transitando al multilateralismo de Obama tiene hoy que volver a pensar sus posiciones. La declaración conjunta de este inédito G-2 –en referencia al hasta ahora poco productivo G-20– suena más bien como un golpe de Estado en el teatro multilateral internacional. Si por un lado hay que ser honestos en reconocer que Oba-Mao –afortunada fórmula de la mercadotecnia china– fue tempestivo en su declaración, pues se adelantó a otros poderosos actores en el equilibrio global, hay que aclarar que dicho oportunismo –digno de otras épocas de golpes dados con las guerras preventivas– responde en realidad a una implícita admisión capitalista: no tenemos de otra, pues reducir las emisiones de CO2 –tema central de la cumbre de la ONU– significa renunciar al monopolio energético y distributivo. Significa distribuir conocimientos, tecnologías, posibilidades. Significa ceder el control de la producción energética, así como abrir espacios en la libre circulación de saberes y conocimientos. Algo evidentemente inconcebible para el capital. Y así el capricho, el golpe conjunto de los reductos del viejo capitalismo con los nuevos protagonistas del capitalismo; es decir, el gobierno chino, comunista de nombre, pero en realidad hoy día la más grande corporación existente en el planeta.
A estas alturas de las cosas, ir a Copenhague adquiere nuevos significados. Es por un lado reafirmar que no estamos de acuerdo con este modelo, que es necesario encontrar otros espacios colectivos de decisión para el futuro del planeta y de la vida –curioso que el fracaso
preventivo de COP15 suceda cuando ocurre el fracaso concreto de la cumbre de la FAO– que no pueden depender de la decisión, ahora, de dos gobiernos. Por otro lado, significa ir a señalar que la crisis ambiental no es un aspecto secundario, sino que muy probablemente es la Crisis, con mayúscula; es decir, el marco que determina a todas las demás crisis. Finalmente, implicará promover alternativas reales, concretas y eficaces. Esto equivale ya hoy, aquí, comenzar a desobedecer las reglas del capital, terminando de organizar y realizar ese éxodo hacia un mundo justo y libre para todos, que tenga en el centro de sus relaciones los bienes comunes, ni públicos ni privados: ambiente, cultura, territorio, conocimiento compartido, vida.