o se establecen acuerdos políticos de larga duración porque los vetos cruzados en los círculos del poder están presididos por la lógica implacable del todo o nada. Es cierto que se avanzan puntualmente en negociaciones como las que desembocaron en la aprobación de la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos. Pero su propio contenido –totalmente carente de coherencia y visión estratégica–, la manera accidentada y desarticulada en cómo se negoció, y sobre todo sus efectos políticos entre la ciudadanía que observó ese impúdico intercambio de favores; expresan el agandalle y el descontón como principios de conducta política.
Precisamente porque cada uno de los actores políticos –y no me refiero solamente a los partidos sino también a los principales actores entre el empresariado y medios de comunicación– piensan que es posible ganar todo, pactan poco.
Esta es la verdadera forma de comportamiento político que se ha impuesto desde la alternancia. La favorece la ausencia de centros políticos –partidos, asociaciones, centros de reflexión– capaces de articular demandas, procesar acuerdos y definir estrategias de largo plazo. La fragmentación ha impuesto un retorcido mercado político donde se impone el inmediatismo de los actores y el golpe de mano de todos los que aspiras a aniquilar a los demás. Un wild West político cuyo resultado combinado –quizás no deseado– es un vertiginoso proceso de decadencia administrada. Esta lógica sustenta la dinámica de restauración conservadora que se viene desplegando casi desde que el PRI perdió la mayoría legislativa en 1997 y el PAN accedió a la Presidencia de la República en 2000.
De ahí la ausencia de previsión en el ámbito energético, en el ámbito fiscal, en nuestra dependencia comercial, en nuestro creciente deterioro educativo, en la generación de empleos.
La semana pasada fue prolija en noticias malas que ilustran esta decadencia. Sea el informe de Cepal que resaltan a México entre los cuatro países con mayor crecimiento de la pobreza, sea el reporte de la OCDE que alerta contra un optimismo sin fundamentos al señalar que será hasta 2012 que podría recuperarse económicamente el país sobre todo en el ámbito crucial de los empleos o sea Stiglitz el Premio Nobel malcriado
que reprueba cómo se ha enfrentado desde el gobierno la crisis económica. A esto se suma lo que la gente siente en carne propia: si antes no había charla privada en donde se dejara de mencionar casos personales de robos, asaltos o secuestros, hoy no hay conversación en la cual esté ausente el tema de la falta o la pérdida de empleos.
El impulso para romper la inercia no vendrá inicialmente de todas las elites porque la voluntad de pactar y llegar a acuerdos de largo plazo está ausente cuando parecen empeñadas en suicidarse en defensa propia. Ni tampoco provendrá de todas las movilizaciones sociales, algunas ensimismadas en su causa y otras celosas de compartir demandas o luchas.
Se requieren impulsos articulatorios desde la sociedad y desde las elites. Articulación entre las demandas concretas y una visión de largo plazo, entre las luchas por causas específicas y la lucha por la transformación de un sistema decadente anclado en la inercia. Estos puentes de vinculación se construyen con acuerdos políticos de larga duración. Pero requieren gradualismo para construir confianza. Requieren ritmos distintos de maduración. Se necesitan aliados poco probables en condiciones normales. Su eje central es el combate a todos los privilegios indebidos porque la defensa de éstos es la fuente de la inercia.
Mientras tanto recomiendo a los cinéfilos que vean la película italiana Il Divo, alrededor de un personaje que encarnó el inmovilismo y el privilegio en la tangentópolis italiana. Y ya metidos en esa dirección ojalá puedan leer el libro de Leonardo Sciascia, El caso Moro.
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