l señor Calderón volvió, en unos cuantos meses, a entonar otro de sus llamados a la acción conjunta de voluntades, un grito desesperado que muy pocos oirán. Atascado a mitad de su periodo y con ralas cuentas que entregar a la nación, ensaya de nueva cuenta un salto de positivismo discursivo que, según él, le permitirá cambiar el futuro. Pretende, con ello, resarcir lo perdido durante el periodo inicial de su administración, sin sopesar, con realismo, sus efectivas posibilidades para iniciar, conducir y finiquitar las reformas que apenas esboza. De esta ruidosa manera, por demás desfasada del entorno de dificultades que prevalece, y de sus mismas capacidades personales, el señor Calderón remodela Palacio Nacional sin prever que este escenario acentuará sus limitaciones.
La coalición conservadora que domina la toma de decisiones del país dejará, a continuación, firme testimonio de sus escasos deseos para introducir los cambios que el sistema, al final de cuentas, requiere con urgencia. Ni las mismas reformas de segundo o tercer nivel que tanto pregonan son ya acariciadas por sus guías. Ellos saben, a ciencia cierta, que todas ellas se mueven dentro de un entramado jurídico e institucional hecho y deformado para permitir y acrecentar su dominación. Saben, también, que parte sustantiva de ese tinglado que les ha permitido subyugar partidos políticos, grupos civiles y múltiples organizaciones, se apoya y parapeta en el modelo económico que tanto les ha servido a los grupos de presión para su expansiva consolidación. Tratarán, si mucho, de eliminar los picos más rasposos que afectan a los negocios para dar continuación a los asuntos tal como se han llevado hasta estos movidos días. La creciente pobreza no les perturba el sueño. Los barruntos de violencia los sienten lejanos, si no es que falsos y alarmistas. El estancamiento económico sólo inquieta si reduce sus abundantes utilidades. El achicamiento del mercado interno lo salvan con aumentos de precios y acuerdos cupulares para repartir mercados y adicionales concesiones. El gran empresariado, y sus subrogados partidarios, darán una y otra vuelta a la noria de las presiones para rencauzar los privilegios que ya distinguen y avergüenzan a México. Pero no habrá cambio alguno al respecto.
El señor Calderón verá, con la placidez que da la comodidad de Los Pinos, cómo se le escurrirá el tiempo entre sus pocas citas de trabajo, diarios discursos, múltiples inauguraciones y cuidadas giras. Chocará con el conjunto de imposibilidades instaladas que atan la convivencia organizada. Las malformaciones, tan notables y dañinas que atenazan el desarrollo, exigen valentías, aventuras e imaginación para desarmarlas. Y ello es algo de lo que carece el sistema decisorio y, más todavía, la endeble administración de improvisados panistas que rodean al señor Calderón. Resta, si mucho, un año o año y medio para actuar conforme a un diseño predeterminado desde los círculos cupulares. Inmediatamente después se desatará la feroz lucha sucesoria y toda la energía colectiva será consumida en tan trabado proceso.
No hará falta mucho tiempo para mostrar, a las claras, los débiles fundamentos, pocos instrumentos, carencia de acciones previas y falsas intenciones que el señor Calderón tuvo para relanzar su ilusoria propuesta de acción futura. Los días venideros irán dando la pauta y haciendo nugatorios, tal como sucedió después del 2 de septiembre pasado, los arrestos discursivos que sólo quedarán en la faramalla de una triste administración que naufraga.
La coalición gobernante, por su parte, hace gala de sus arrebatos conservadores, incluidos algunos con perfiles reaccionarios. Tal como quedan testimoniados por las contrarreformas llevadas a cabo por 17 legislaturas locales para penalizar el aborto. Muy a pesar de las recientes afirmaciones de la presidenta del PRI, donde expone sus convicciones modernizantes y liberales, su partido se ha embarcado en un proceso contrario a la ruta civilizatoria mundial. Aliados con la Iglesia católica y calculando la redituabilidad electoral, los gobernadores del PRI y sus diputados han conducido a sus congresos por senderos que chocan de frente con la laicidad del Estado, fundamento crucial de la constitucionalidad. Pretenden, por la sumatoria de lo hecho en los estados, atar los cambios a escala federal donde las creencias religiosas de unos cuantos iluminados regirán soberanas.
Las reformas entrevistas por el señor Calderón son simples adecuaciones al modelo de gobierno vigente. De llevarse a término, en nada revertirán las tendencias, ya bien asentadas por años de experiencias negativas, que aseguran el estancamiento económico, la decadente postración social o la injusticia distributiva. De ensayar con seriedad y con la vista puesta en el bienestar de las mayorías nacionales las reformas necesarias, habría que dirigir la mirada hacia los de abajo y considerar, con seriedad, sus preocupadas aspiraciones como medida y finalidad de tal ensayo transformador. En primer término habría que replantear al Estado y dotarlo de la soberanía e independencia que exige para su correcto funcionamiento. Liberarlo del yugo de los grupos de presión que lo utilizan para su exclusivo servicio perfeccionando, para ello, su vida democrática. El modelo económico habría que rencauzarlo hacia la producción, cimentado en sectores como el alimentario, el energético, las telecomunicaciones e infraestructura, sectores con potencial para detonar el crecimiento y el empleo. Poner el acento en la inversión propia y confinar la extranjera a la complementariedad. Revisar el TLC para ensancharlo, haciéndolo instrumento de progreso y no de dependiente subordinación. Someter a controles la especulación financiera, el contratismo entreguista y secar el tráfico de influencias. Todas estas aspiraciones, al menos por el momento, caen lejos del mundo de lo posible. Para acercarse a este horizonte hará falta la movilización masiva de la energía ciudadana que opte, sin dudar, por tal diseño de salida.