Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Myriam Moscona: De par en par
E

n un libro llamado Vísperas publicado en 1996, en la colección Letras mexicanas del Fondo de Cultura Económica, Myriam Moscona es profética; profética, digo, en cuanto a su propia escritura.

En su poema leemos:

Cuando se anda a pie quebrado y se encabalga en línea recta hacia el sendero donde el yambo ofrece su verdor, se llega a dominar el borde. Desde este punto el descenso brilla y se dilata. En todos los sentidos la cumbre apunta hacia el vacío.

Y en efecto, si se examinan uno a uno sus libros sucesivos es evidente ese hecho: poco a poco sus poemas van apuntando hacia el vacío, o más bien tratan de inaugurar otro lenguaje, llegar al borde. De Las visitantes, Premio de Poesía Aguascalientes (1988), hasta Negro marfil (2000), El que nada (2006) y, por fin, De par en par (Bonobos, 2009), su libro más reciente, los textos se han ido depurando hasta quedarse en los huesos: predominan los colores negro y marfil, colores por donde la palabra estalla, se desliza, crece, cala y se disuelve. Una poesía contemplada desde adentro, desde un ojo interior que intenta desmesurarse y salir de sí, duplicarse, porque pretende entablar un diálogo, esbozado en poemas paralelos, alineados en la misma página, ya sea con letras o con imágenes, o mejor sería decir mediante grafías o manchas donde lo blanco comienza a desteñirse.

En su poema El que nada, Myriam se oye respirar y el lector escucha esa respiración, pero como en Sor Juana se oye con los ojos, para entender mejor lo que se dice y lo que se oye. La boca aparece luego, respirando; toma el aire necesario para soportar el peso del agua, y sin sospecharlo apenas, nos enfrenta de pronto con un cuerpo entero, un cuerpo que pudiera ser de o pertenecer a quien habla –¿quién habla?– un cuerpo de nadie o quizá solamente del cuerpo de quien nada.

En el poema citado se encuentran varias de las obsesiones de Moscona, las distintas formas que ha utilizado la poesía para expresarse, la retórica que aprisiona y obliga a quien la usa a doblegarse y reducirse a un molde: Si en la vida o en el poema se anda a pie quebrado, si se transita por donde el yambo ofrece su verdor o si se encabalgan los caminos o los versos, es necesario borrar todo lo anterior para poder dar el siguiente paso con firmeza. En su recorrido por distintas formas poéticas, la escritora las asume en su literalidad y en De par en par se nos ofrecen a la vista: se han convertido en su esqueleto, en su armadura: un soneto o una lira en su apariencia más prístina, como si estuviésemos reconociendo definitivamente las huellas digitales del poema, como si descifrásemos su resonancia magnética o descubriésemos su ADN.

Ya se trate de sonetos y liras o de haikus y tankas, en su vasto recorrido histórico o geográfico, lo que aquí verdaderamente cuenta, reitero, es lo visual; estamos frente a la poesía constreñida a su apariencia más nítida, estrechándose y amplificándose como el agua cuando adquiere forma en el vaso que la aclara, dice Gorostiza, ¿o no lo vemos acaso también con nitidez en su obra visual titulada Intervención en Coplas a lo divino de San Juan de la Cruz en donde la poeta ha borrado algunas letras hasta conseguir una especie de desaparición del texto –¿nos ha dejado los rastros?

Las formas antes de llenarse eran meros moldes y adquieren consistencia en esta modalidad que se expande porque visualiza lo histórico –la manera cómo un Joyce o un Tzara han retorcido a la palabra– o sintetiza en una imagen concreta un sentimiento o una sensación, concentradas en el corazón, verdadero órgano del sentimiento, o en las orejas que sienten sus latidos.

¿Por qué nuevo camino se puede andar cuándo se ha alcanzado el vacío?, cabe preguntarse. ¿Habrá que volver a empezar? ¿O se abrirá brecha explorando otros géneros, subvirtiendo la lengua, sin llegar a absolverla? Porque Myriam se acerca ahora a otro vacío, el de una lengua que se extingue y que ella quisiera recobrar, el ladino.