Dinero no mata profesionalismo
o dijimos aquí hace ocho días: ni los buenos carteles se sacan de la manga ni las rivalidades trascendentes pueden improvisarse ni una publicidad apresurada sustituye a la mercadotecnia sostenida. Son demasiados factores los que concurren en una corrida de toros, esa que García Lorca llamó, en 1935, poco antes de la debacle española, la fiesta más culta que hay hoy en el mundo
.
Nadie quiso entender al gran poeta, ni entonces ni ahora, ni taurinos ni políticos, ni la mayoría de los ganaderos y figuras, y de la prensa especializada mejor ni hablar. Por eso a 74 años de la sensible e inteligente apreciación de Federico, el arte, la cultura y el mundo están como están, deshumanizados y confundidos, adorando al becerro de oro y nutriendo una frivolidad que es bomba de tiempo.
En la cuarta corrida de la temporada grande en la Plaza México, la esencia espiritual y cultural del espectáculo taurino volvió a poner a cada quien en su lugar. De entrada, ningún torero, mano a mano o cartel de relumbrón llena ya el enorme coso –45 mil localidades– en una ciudad con 20 millones de sobrevivientes, donde los Imecas pasaron de moda y el coco ya no es la contaminación ambiental sino la influenza, el calentamiento, la falta de agua u otra crueldad mental que se le ocurra al sistema.
Ni José Tomás y su leyenda viviente, ni su publicidad días antes de la corrida, ni su negativa terminante a que el festejo fuera televisado, ni la mansada que exigió de otra prestigiada ganadería, en este caso Xajay –demasiada agua al vino–, ni la exitosa trayectoria de Arturo Macías, ni su entrega torera, como no hubiese sido un desempeño profesional sostenido por parte de la empresa durante los 16 años ininterrumpidos al frente del coso, puede llenarlo.
Eso sí, hartos poderosos y famosos se animaron a asistir y se dejaron ver en sus respectivas barreras, muchas de las cuales fueron ocupadas por sus escoltas, y también cineastas, actores, futbolistas, locutores, secretarias, políticos casi de incógnito, ganaderos y toreros e incluso aficionados asiduos colmaron las localidades de numerado.
Pero en los toros si no hay bravura no hay emoción, por más que acuda gente como bonita y que los toreros se peguen arrimones y por más que vayan los toritos de la ilusión a la muleta. Con el único astado alegre, con recorrido y transmisión, más que fiereza, de los de Xajay, Arturo Macías demostró que en él puede haber una gran figura… si el sistema taurino mexicano no lo convierte en mandón, sino por el contrario se decide a estimular a otros toreros que con él sepan competir en el ruedo, olvidándose todos del novillote de entra y sal. Esa es la fórmula secreta
.
Si las autoridades en este país no saben si van o vienen, la de una plaza de toros no tiene por qué saberlo. Bien que el juez Cardona no haya sido manirroto con las orejas; mal que la temporada pasada soltara un rabo a Miguel Angel Perera y pésimo que no lo hiciera el domingo con Arturo Macías, que coronó su vibrante faena con una limpia, inusual y difícil estocada recibiendo.