Opinión
Ver día anteriorMiércoles 10 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Peor es factible
V

arios síntomas de arraigados males afloran con frecuencia inusitada en la vida organizada de México. Apuntan hacia tiempos difíciles y desconcertantes, mucho peores a los que hoy mismo aquejan al cuerpo social. El crimen organizado enciende, cada día, fogatas de violencia incontrolada incinerando comunidades y regiones enteras; la degradación política de amplios segmentos de la elite partidaria y del gobierno, en sus varios niveles, aflora sin medida ni pudor; y el encubrimiento de la pedofilia, practicada por destacadas figuras religiosas, privadas y públicas, abre enormes grietas en el cuerpo social. Los mecanismos para la defensa y depuración de tales males, en cambio, son escasos y débiles. Con inusitada frecuencia caen ante el empuje de oscuras pasiones e ilegítimos intereses que los arrollan y pervierten desde sus meros fundamentos. Los resultados que arrojan, por tanto, no podían ser mejores y la declaratoria de una decadencia bastante esparcida y agravada se impone por derivada necesidad.

El fenómeno perverso incrustado en la persona del cura Marcial Maciel es de tal manera grotesco que alcanza rasgos incomprensibles para los individuos, aún medianamente sanos, que exigen un lugar apacible y moderado en el presente nacional. La conducta desviada y las tropelías del sacerdote conforman una colección de enfermedades de variada tipología, todas dignas de manicomio. Pero sus delitos no habrían podido ser perpetrados en la escala conocida y, menos aún, quedar impunes sin haber recibido la cobertura de la que Maciel gozó a lo largo de su truculenta vida de predicador moral. Un amplísimo conjunto de malformaciones colectivas e individuales lo protegió en sus andanzas. Violar seminaristas por docenas a los que se agregan, ahora se sabe, sus propios hijos. Pervertir cuerpos y conciencias de incontables infantes adicionales es una malhadada hazaña que no puede pasar desapercibida, menos todavía quedar archivada en las trastiendas de la vergüenza ajena sin recibir el castigo correspondiente. Sus excesos, malversaciones, fraudes e imposturas requirieron de una serie de complicidades que van desde la fingida ceguera de los integrantes de su propia congregación hasta el auxilio de incontables obispos o cardenales. Maciel precisó, en sus pendencias, de púdica ceguera por parte de conspicuos funcionarios que no dudaron en archivar cualquier intento de investigación judicial. Acaudalados hombres de empresa actuaron como sus fervientes patrocinadores. Poderosos pontífices romanos, uno de triste memoria a quien se empeñan en canonizar, el otro de cuestionable presencia desde que esparcía hartas condenas como estricto guardián de la fe, extendieron sus bendiciones a Maciel. El posterior arrepentimiento de Ratzinger fue, ciertamente, tardío. Un enorme tinglado de complicidades difícil de imaginar pero cierto, profundo y duro como una columna de cemento armado. Todo ello matizado con fanatismos masivos.

Similar entramado se conjunta alrededor de los traficantes y productores de narcóticos, contrabandistas, extorsionadores, secuestradores y demás runfla de criminales de escala que azuelan a los mexicanos de hoy. Poco de esto puede entenderse sin la cobertura de una capa inmensa de servidores públicos, lavadores de dinero, jueces y traficantes de influencia que les dan protección y facilitan sus correrías. Librarse de tan nefasta maraña de malvivientes, algunos disfrazados de exitosos negociantes, encumbrados políticos, de elegantes funcionarios y hasta gobernantes de fama y posición, exige, para la depuración concomitante, de una respuesta organizada de la sociedad. Individuos, grupos y organismos que puedan sobreponerse al miedo, la desmovilización y el manipuleo de medios de comunicación e instituciones que deberían impartir justicia. No es, ni será, tarea fácil ni exenta de penas y trabajos duros y dilatados superar esta trágica etapa de la vida nacional. Pero se puede triunfar hasta el grado de fraguarse una convivencia eficaz y constructiva que abra los espacios para las oportunidades de crecimiento y el desarrollo de las mayorías. Para empezar tales trabajos habría que empeñarse en solicitar y apoyar, con el voto e informada conciencia, a quienes propugnen por un cambio cualitativo del modelo de gobierno, uno que se esfuerce por dar a las juventudes, hasta ahora ignoradas, un lugar adecuado y les abra horizontes de oportunidades.

Sin embargo, ante tales deseos y esperanzas renovadoras, se levantan ominosos indicios que caminan por rutas contrarias para la sanidad de la política y la República. El convenio signado por encumbrados personajes del PRI y el PAN, respaldados por funcionarios, (uno federal y el otro estatal) un gobernador semioculto y hasta el mismo señor Calderón, es signo inequívoco de la degradación del quehacer público. De forma y maneras similares a las arriba descritas coberturas y trastupijes que arropan al narcotráfico o la pedofilia, tal conciliábulo requiere de un aparato justificatorio que disfrace, diluya responsabilidades y mentiras. Ahora quieren presentarlo, en aras del pragmatismo, como tareas consustanciales con la política de gran nivel. Al convenio, un grosero atentado contra libertades y derechos ciudadanos, rayano en delincuencia organizada, se pretende mandar al olvido y los perdones de las elites que insistirán, con usual cinismo, en mirar hacia el futuro. Pero la indignación debe dar lugar a la más cruda condena y ésta a la exigencia de saldar cuentas con los oficiantes del desaguisado. Los funcionarios y partidistas abajo firmantes de tan inicuo pergamino son simples criminales electorales y así debe considerárseles, ni más ni menos. Sus acuerdos en lo oscurito presagian lo de siempre: tentativas para nulificar el voto y contrariar, por sus propias pistolas y espurias ambiciones, la voluntad del pueblo. Un aspirante a candidato presidencial, autor de la iniciativa del canje de no alianzas por impuestos (Peña Nieto) queda nulificado moral y éticamente para la crítica de su pequeña historia. El otro gobernador, (Ulises Ruiz) inquieto ante su posible persecución en caso de ser derrotado es, quizá, un caso de mayor trascendencia negativa para la dirigente Paredes y el señor Calderón que le oyeron sus plegarias por impunidad. Pretendieron dar salida airosa a un sujeto acusado de haber violado, de manera sistemática, los derechos humanos de sus coterráneos (SCJN) Este sainete es un depurado ejemplo de la decadencia elitista.