Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La descomposición de la política
P

latón sugirió en varios diálogos que la descomposición se presenta cuando un ser o ente, producto de la naturaleza o de la acción humana, pierde su alma, abandona sus atributos esenciales y olvida el cumplimiento de los fines que lo justifican. La descomposición es una negación y un extravío profundo, es como la muerte o la desaparición sin retorno.

Estamos viviendo en México algo semejante en el plano de la política: el espectáculo grotesco que nos ofrecieron hace unos días líderes de partidos, de bancadas, gobernadores y otros funcionarios apunta precisamente a que entre nosotros prospera avasalladoramente esa negación y muerte de la política. Pero, además, las cosas se dieron de tal manera que muchos mexicanos están convencidos de que tales prácticas son irreversibles, imposibles de cambiar. Una ausencia de ética y un proceder político que ha echado fuertes raíces en nuestra tradición.

No hay más remedio que estar de acuerdo en las expresiones de reproche del mismo Felipe Calderón, salvo que le faltó señalar que él mismo, por su estilo de gobernar y sus variadas caras, perfiles y disimulos, resulta en estos tres últimos años el Gran Maestro de ese lamentable espectáculo, si no la causa única, sí contribuyendo de manera sobresaliente a la descomposición en marcha.

El hecho es que mientras se habla a borbotones de la transición democrática perdemos en la práctica esa opción. Porque de ninguna manera una democracia digna de ese nombre se expresa en los gestos burdos y las palabras groseras que vimos en el recinto legislativo hace unos cuantos días. Y lo más grave: en el Legislativo, en general, hay un abismal vacío de ideas, de reflexión y análisis de los graves asuntos que aquejan a los mexicanos, a la ciudadanía, a sus representados.

Es escandaloso que los legisladores, prácticamente sin excepción, no discutan ideas y propuestas para el avance de la democracia y la mayor participación ciudadana en la toma de decisiones, sino que todo parece reducirse a una rebatinga entre partidos para obtener ventajas en nombre propio o en nombre de su bueno, en cualquier nivel o función, para el futuro próximo.

Una de las causas profundas de esta descomposición de la política y de la democracia es que en nuestro tiempo, en todas partes, el dinero y las prebendas privan sobre las convicciones y el bienestar general. El dinero compra voluntades a conveniencia borrándose, desapareciendo, cualquier intención de batallar por una mejor democracia y por una más equitativa sociedad. El dinero empresarial se utiliza en las democracias primordialmente para lograr leyes ad hoc en favor de sus intereses, sin que valga un comino la referencia al bienestar público. A ese extremo se ha llegado: las instituciones públicas, por medio del dinero y las prebendas, parecen exclusivamente favorecer a los intereses privados.

Muchos insisten en la conveniencia de aprovechar la experiencia de legisladores y funcionarios para empujar la relección, con el fin de salvar de la tontería a la democracia y a la función pública. Gran falacia porque en la práctica la relección ha servido en todas partes para consolidar privilegios, alinear representantes (senadores y diputados, funcionarios públicos) en favor de tales o cuales intereses empresariales, abriendo la posibilidad de que las empresas movilicen ejércitos de contactos y lobystas con el fin de influir en los representantes, siendo que este ejército de mercenarios, que se hace pasar como voz pública, encarna otra verdad muy distinta: su fin real es la acumulación particular de riqueza en demérito de la sociedad entera.

Pero tampoco estas cuestiones se discuten en el Legislativo, sino apenas las necedades de que fuimos testigos hace unos días. Por cierto, hay ya un conjunto de propuestas de los partidos políticos para emprender una reforma política de importancia, pero claro, sobre eso ni media palabra. Tal vez las más importantes sean aquellas que procuran mayor presencia social y ciudadana en las decisiones políticas de relevancia para México. Pero, como decía: las cuestiones que importan no se discuten, en cambio sí aquellas que tienen que ver con alianzas secretas o semisecretas que terminan desmoronándose en la mentira y la banalidad. ¿Hasta cuando?, porque el país está llegando al límite de la tolerancia de la corrupción, la incapacidad y la frivolidad.

Incapacidad, frivolidad y corrupción es lo que presenciamos abundantemente en los últimos días. Todos ya velando armas no para las próximas justas electorales, sino para la Gran Elección de 2012. El mejor librado en el turbio asunto del pacto PRI-PAN fue posiblemente Peña Nieto porque no firmó el papel personalmente y porque, al denunciar su existencia, echó de cabeza a Beatriz Paredes, quien antes lo había negado enfáticamente. ¡Golpe fuerte a su segundo rival en el PRI! ¡Así se gastan y gastarán las cosas dentro de los próximos dos años!

En un balance objetivo, y puesto que han sido ajenos a éstas y otras componendas, quienes exhiben mejor calidad ética y política resultan ser, sin duda, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, las dos máximas reservas de la izquierda para las próximas elecciones presidenciales. Así lo reconoce la mayoría ciudadana, quien espera que su proceder siga marcando una ruta de dignidad y de indudable calidad ética y política.