uando se analiza la actuación de los legisladores opositores que tratan de impedir el desendeudamiento argentino y traban la utilización de las reservas en divisas excedentes para la inversión productiva y social, pareciera que, con epicentro en el Congreso, está naciendo una nueva fuerza política: el partido del ajuste
. La formación de esta entente conservadora, que pretende agrupar al desperdigado universo opositor en el Congreso tras el objetivo común de condicionar y entorpecer la gestión de la presidenta Cristina Fernández, constituye una novedad en la tradición parlamentaria de este país.
Tal configuración se inscribe en la crisis de las representaciones políticas que estalla durante la crisis del 2001-1001 desbaratando el bipartidismo histórico, ese dualismo peronismo-radicalismo que, durante largos periodos contuvo de algún modo alas progresistas al interior de cada uno de esos agrupamientos, de sesgo nacional-popular una, de tenue matiz socialdemócrata la otra.
Ese ciclo acabó en diáspora tras el que se vayan todos
y del estallido surgió una multiplicidad de sectores en continuo reciclaje, muchos de ellos en tránsito del centro a la derecha.
Pero este frente único opositor contiene una novedad: la aglomeración de fracciones en su mayoría provenientes de los dos partidos históricos se han mimetizado progresivamente al calor de un accionar cerradamente antikirchnerista
y de la voluntad común de obstruir la acción oficial, objetando leyes, decretos y acuerdos que son decisivos para la gestión. Eso se vio durante el increíble maltrato propinado a Mercedes Marcó del Pont, la designada titular del Banco Central, cuyo pliego de designación dilata tratar el Senado.
La estrategia opositora utiliza cualquier medio para trabar desde el Congreso las medidas económicas y sociales expansivas del gobierno, de modo de forzarlo a recaer en las tradicionales recetas de contención del gasto público y contracción de la producción y el consumo, es decir, el ajuste. Y ello sucede cuando la configuración de un polo popular y progresista de respaldo a Cristina no ha madurado aún, pese a las medidas verdaderamente inclusivas, que el poder económico y mediático concentrado resiste cada día más abiertamente.
La emergencia de este verdadero frente del rechazo sugiere que el neoliberalismo ha logrado en Argentina, siquiera transitoriamente, realinear algunos segmentos políticos, engordando la presencia de las doctrinas pro mercado y anotándose así un triunfo desde la caída del menemismo.
Por suerte para Cristina, la precariedad de esta coalición fundada en el mero rechazo, con dirigentes que recelan entre sí y compiten mutuamente con un narcisismo inusitado, permite esperar que la ofensiva derechista no pueda desplegarse plenamente. Es que tanto el radicalismo como ciertas fuerzas que se denominan de centroizquierda –y que vienen aportando a la promiscua sumatoria opositora– tienen aún cercano el recuerdo de aquellas políticas que, al tratar de imponer la disciplina social que demandaba el establishment, sembraron vientos de ajuste que devinieron en tempestades de rebelión que sumieron a este país en la crisis de gobernabilidad más grande de su historia.
*El autor es secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno argentino y dirigente del Partido Socialista