a discusión sobre las alianzas se reanudará con los resultados de las urnas en la mano. Sus promotores, lo mismo en el PAN que en el PRD, esperan con ansiedad que el voto ciudadano ratifique sus esperanzas, detenga al PRI en estados clave como Oaxaca, Hidalgo y Puebla y, en esa medida, fortalezca sus propias plataformas internas con vistas a la gran elección de 2012. Una victoria les daría nuevos argumentos para definir no sólo a sus candidatos presidenciales sino, tal vez, algo más importante: una visión de la agenda nacional donde se ponga entre corchetes la confrontación izquierda/derecha
que dominó la sucesión de 2006 hasta hoy.
Sin embargo, las alianzas se presentan como el summum del tactismo, como la ruta más corta para salir del atasco en el cual se halla la izquierda (y el PAN a raíz del desastre electoral del año pasado), como si, al final del día, los acuerdos fueran neutrales y sólo tocaran las estrategias electorales partidistas, haciendo abstracción del resto de los asuntos en disputa. Pero esa es una ilusión. Se tiene temor a la restauración del viejo partido tricolor, pero no se logra desentrañar el secreto de la gran coalición dominante donde participan, al menos desde los tiempos de Salinas, los poderes fácticos asociados a la elite de la alta burocracia, el empresariado y a los grupos políticos provenientes tanto del PAN como del PRI. Es esa coalición la que traza las grandes líneas, más allá de si a los panistas les gusta o no la colaboración con sus figurados enemigos de antaño, o si al PRD le parece que es más importante revivir el ser antipriísta anclado en su antiguo antigobiernismo que desmitificar el seudodemocratismo de la derecha panista, cuyos gobiernos han sido especialmente intolerantes hacia las posiciones más progresistas de la sociedad. Tal vez por eso no se aprecie que la lección del fallido pacto entre el PRI y el PAN, suscrito con el aval del gobierno, sea que, más allá de las formalidades democráticas, la coalición del poder hará lo necesario para impedir que otras fuerzas –la izquierda– sueñen siquiera con desplazarla.
Sin duda un triunfo en Oaxaca le daría aire fresco a los grupos que promueven a Gabino Cué y pocos se sentirían defraudados por vencer en las urnas a un cacicazgo tan duradero. Sin embargo, dicha postura plantea aquí y ahora un problema de coherencia que los argumentos utilitarios dejan intacto, pues lo que está en juego no es, en efecto, la ideología de los aliados, pero sí la visión que éstos tienen sobre el futuro del régimen político y la naturaleza de su propuesta nacional, es decir, la estrategia a seguir frente a la política oficial que ha sido duramente cuestionada desde la izquierda. Y de eso casi no se habla. Podría argumentarse que dicha política general se ha erosionado a tal punto que hoy no existe, como lo demuestra la crisis interna de los partidos, la fractura de la unidad entre el movimiento lopezobradorista y los activos partidarios, las crecientes dificultades para deliberar sobre las candidaturas hacia el 2012; tal vez sean precisas iniciativas, acciones capaces de romper las inercias paralizantes, pero no parece que el mejor camino para avanzar consista en la expedición, vía las alianzas, de una suerte de certificado de credibilidad política (mutua) que le ofrece un respiro al partido en el poder.
Entre los partidos que ayer forjaron la coalición Primero los Pobres y dentro de sus propias filas han surgido grandes diferencias que merecerían un tratamiento mucho más responsable por parte de los dirigentes. Pero mientras eso ocurre no habrá ciudadanos que no entiendan cómo por un lado se estigmatiza al gobierno de Calderón y por el otro se admite que el PRI es el mayor riesgo para la democracia, sin mediar un balance objetivo del trayecto recorrido a partir de julio de 2006.
En este punto, el descuido en las formas, la ausencia de debate, es impropio de la que debiera ser una relación política madura entre los diferentes grupos. Resulta inaudito que un dirigente del PT, al anunciar la candidatura de Xóchitl Gálvez, diga que el partido tomó la decisión con todas las implicaciones políticas; una de ellas es la posible ruptura con Andrés Manuel López Obrador, aunque espero que no suceda
(Notimex, 15/3/2010). ¿Es esa la respuesta a las objeciones de López Obrador a las alianzas concretadas en su negativa a aparecer en la tele haciendo campaña por el PT? ¿Y cómo queda el flamante Dia en todo esto? ¿Qué futuro le cabe a la unidad de las fuerzas progresistas si prevalece un esquema que no atiende al conjunto sino a la sobrevivencia de las partes?
Si las fuerzas de izquierda no están dispuestas a tejer fino para garantizar la unidad electoral en el 2012, parece obvio que, por mucho malestar social acumulado, el resultado podría ser catastrófico, pero no será porque el sistema esté a punto de colapsar sino, justamente, porque la debilidad de la verdadera oposición le serviría como tabla de salvación.