na de las propuestas más interesantes del Festival Internacional de Cine en Guadalajara es la sección llamada Corrientes alternas, con una selección de Michel Lipkes y Maximiliano Cruz, antiguos curadores del desaparecido Festival Internacional de Cine de la Ciudad de México (FICCO).
Con 14 títulos provenientes de Europa, Asia, Estados Unidos y América Latina, el programa incluye las propuestas más arriesgadas y vanguardistas de la producción internacional. Importa destacar que desde que la Muestra de Cine Mexicano se transformó en festival, incorporando cine iberoamericano y de otras latitudes, se comprometió, con los certámenes de Morelia y Guanajuato, a la difusión de un cine de expresión personal, también llamado cine de autor, con poca presencia en carteleras comerciales dominadas casi en su totalidad por el cine hollywoodense. Presentar en Guadalajara películas de arte, y darles momentáneamente una fuerte resonancia, contribuye a llenar los vacíos que deja la extinción de festivales alternativos y de cine clubes en nuestro país, y a formar una generación de cinéfilos que no tenga como única opción la descarga de cintas por Internet o la compra de películas piratas, sino el disfrute de películas de autor en pantalla grande.
Hay distribuidores interesados en adquirir las cintas independientes programadas por Guadalajara, y hay sobre todo interés por crear redes distintas de exhibición. Corrientes alternas se presenta por segundo año consecutivo en la programación general y el éxito de sus propuestas parece garantizarle una presencia creciente en el nuevo perfil del festival.
Entre los títulos presentados destacan: Lourdes, largometraje de la austriaca Jessica Hausner (Hotel), mirada anticomplaciente y emotiva a los destinos de peregrinaciones religiosas donde supuestamente se operan milagros sobre un ejército de minusválidos que acuden puntual y fervorosamente a la cita anual. Christine (formidable Sylvie Testud) es uno de ellos, condenada desde hace años a una silla de ruedas por una enfermedad del sistema nervioso central. Su proceso de curación milagrosa y los efectos dramáticos que tiene sobre su resistencia moral y su mundo afectivo son observados con precisión y delicadeza por Hausner, quien se mueve con agilidad entre el registro documental y una ficción sin coartadas sentimentales.
En un tono más intimista, el francés Alain Cavalier nos libra en Irène los pasajes de un diario personal escrito en 1971-72 y que refiere la muerte accidental de su esposa, la modelo Irène Tunc. La confidencia se ilustra a la manera muy distintiva del director, con planos fijos, acercamiento a objetos y atención al detalle doméstico, todo al límite del desahogo catártico (exhibición de dolencias personales, herpes zóster, inflamación del pie por el padecimiento de la gota, como prolongaciones del duelo espiritual del viudo errante). No hay arrogancia ni exhibicionismo en este muestrario de desdichas, tan sólo el relato muy intenso, durante cuatro décadas contenido, de una desaparición afectiva y la persistencia del recuerdo.
Otro registro de la memoria, esta vez histórica, lo brinda el filipino Raya Martin en su soberbio trabajo Independencia, sobre una familia que a finales del siglo XIX se refugia en la selva para huir del avance de las tropas invasoras estadunidenses. Tributo al cine mudo, recreación artificiosa en blanco y negro de decorados selváticos en estudio, impresionante labor de edición de sonido con una tormenta que exacerba el estado de ánimo de los protagonistas. El acontecimiento histórico es capturado de modo soberbio en un espacio intimista, donde el trabajo artesanal triunfa sobre los artificios de la tecnología. Es la recuperación gozosa de Meliès y el venturoso olvido de James Cameron.
En Kinatay (Masacre), de otro filipino, Brillante Mendoza, el thriller alcanza una altura vertiginosa, con un joven atrapado en redes de delincuencia que se libran a faenas de tortura y descuartizamiento corporal sobre prostitutas que no pueden pagar oportunamente su consumo de droga. El clima de oprobio y delirio homicida, que sin mayor fortuna ha intentado recrear el cine mexicano (Traspatio, de Carlos Carrera, por ejemplo), lo consigue el filipino Mendoza con muy pocos recursos y talento desbordante. Si algo permiten festivales como el de Guadalajara es acceder a estas corrientes alternas en el registro de una misma historia, trátese de Manila o de Ciudad Juárez. Algo aprenden cineastas, actores, productores y críticos de cine en esta confrontación provechosa.