a recientemente estrenada ópera Únicamente la verdad, de Gabriela Ortiz y Rubén Ortiz Torres no es, para nada, un panfleto político, ni un profundo análisis social, ni un intento de diálogo sobre los Grandes Problemas Fronterizos ni una propuesta para paliar la Gran Crisis Nacional. Sin embargo, bien puede considerarse que en la última imagen de su última escena se sintetizan poderosamente esas y otras posibilidades.
El escenario queda regado de muchos cadáveres (con o sin cabeza, con o sin sombrero) y pocas explicaciones, en emblemática referencia al estado actual que guarda una nación en la que una camarilla de estúpidos declaró una guerra estúpida a otras camarillas estúpidas, por motivos estúpidos y con resultados igualmente estúpidos.
Más allá de la expectativa generada y de los llenos llenísimos en sus tres funciones (con un público bien distinto al que suele ir a las cansinas puestas de Tosca y La Traviata), esta ópera de los hermanos Ortiz cumple a cabalidad su cometido principal, es decir, el de presentar una compleja narración coral (no sólo en lo musical sino también en lo estructural) sobre un potente mito de nuestro entorno. Lo hacen posando miradas diversas desde puntos de vista distintos sobre un personaje que, al margen de su presencia polivalente, alude de manera directa o tangencial a un buen número de temas y asuntos que trascienden, por mucho, la pesquisa sobre la identidad de la verdadera
Camelia La Tejana.
Al mismo tiempo, Únicamente la verdad puede ser percibida, según se quiera, como una mirada múltiple de raíz cubista sobre el mismo asunto, o como una narración plurifocal a la manera de un Rashomon grupero. En lo que concierne al texto montado por Rubén Ortiz Torres, es de particular interés el hecho de que la mencionada mirada múltiple sobre los hechos (o los no-hechos) pasa de manera importante por diversos medios y formas de comunicación, desde la nota roja hasta la blogosfera, desde un corrido hasta un libro sobre los corridos, desde una entrevista periodística hasta un coloquio televisivo, todo ello procesado a través del subversivo y corrosivo sentido del humor de Rubén.
Las escenas de la ópera, surgidas de esos medios, han sido envueltas por Gabriela Ortiz con una música eficaz que toma prestado abiertamente de aquí y de allá, que se asume cabalmente ecléctica y poliestilística, pero que finalmente se percibe como de una personalidad propia e individual en la que son discernibles, incluso, numerosos elementos de clara originalidad. Me parece que el solo hecho de que la gente del canal Bandamax la haya buscado para inquirir sobre su ópera representa un triunfo para la compositora.
La Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, bajo la certera batuta de José Areán, se han superado de nuevo ante un reto mayor y más interesante que los usuales caballitos de batalla que les dan a cabalgar. En lo personal, destaco la presencia sólida y convincente de Armando Gama en el papel de un bloguero demencial cuyos delirios funcionan casi como un segundo coro. Escuché a algunos operópatas ofendidos quejarse de la controvertida pero muy interesante y dinámica dirección escénica de Mario Espinosa, lamentando que muchos de sus cuadros parecían sacados de videoclips gruperos. Y, ¿cómo iba a ser de otra manera? En ello radica, precisamente, su eficacia y congruencia.
Al ver y escuchar Únicamente la verdad, queda de manifiesto el hecho de que Rubén Ortiz Torres ha asimilado plenamente numerosos elementos de la cultura transfronteriza que ha sido su materia de trabajo durante largos años, y que Gabriela Ortiz ha sabido proveerlos de una componente sonora más que adecuada.
De esa asimilación ha surgido un collage que no por descabellado, decapitado y demencial, deja de ser un reflejo puntual e inquietante de ese truculento submundo que es la frontera norte de Nosotros y la frontera sur de Ellos, un mundo mucho más complejo y sórdido del que nos quieren pintar, ése en el que todo se reduce simplistamente a los balazos que se dan un par de bandas de sombrerudos por disputarse unas hectáreas de mariguana.
La verdad, únicamente la verdad, es mucho más siniestra, y descansa contradictoriamente en una de los conceptos fundamentales de la ópera: Nadie supo nada.